Le escribo esta carta porque me preocupa la situación de mi país, me preocupan mis familiares, la economía y mi futuro. Nuestro futuro.
Soy una joven estudiante, panameña, de quince años y siento gran dolor por el estado tan lamentable en el que nos encontramos actualmente.
Desde marzo estamos encerrados bajo la “cuarentena” que el Gobierno ha impuesto. Y, en este encierro como tal, la corrupción gubernamental parece haber aumentado. Llevo la mitad de este año encerrada en mi casa, pensando en qué será de mi educación, mis sueños y mis metas.
Al inicio de la pandemia, éramos elogiados como innovadores en titulares y noticieros extranjeros, ahora, hemos pasado a ser los primeros en las listas de contagios en casos de la COVID-19, desde hace un mes a nivel mundial. Lo cual nos demuestra que seguir encerrados o salir a las calles, no es el verdadero problema.
Me decepciona, pero no me sorprende cómo su Gobierno ha manejado esto. La corrupción se apodera de mi país, mientras las personas decentes sufrimos por estar encerradas, y los ciudadanos más pobres se mueren de hambre.
Desde mi privilegio, en contraste con ustedes, me pongo en los zapatos de los que realmente están luchando por sus vidas, durmiendo para no pasar hambre y para quitarse la fatiga y el sufrimiento.
Mientras tanto, los diputados y la mayoría de los funcionarios continúan cobrando su salario completo, viendo televisión en sus casas, mientras el resto de los panameños está sin dinero, o tiene que exponer su vida y llenarse de coraje para salir a conseguir unos cuantos balboas. Todo esto a la vez que el panameño trabajador pone su salud y la salud de los que ama y lo rodean en peligro.
“Desde mi privilegio, […], me pongo en los zapatos de los que realmente están luchando por sus vidas, durmiendo para no pasar hambre […]”
Como una joven ciudadana que soy, pero que, por mi edad, no soy considerada, sino hasta dentro de tres años, trato de pensar en soluciones, formas de ayudar, y emprender.
Desde mi balcón, veo a muchas personas, hasta a policías, salir sin máscaras, veo carros con hombres y mujeres en supuestos días definidos por sexo, y el tráfico está igual de horrible por todos lados. Además, en las redes, veo a otros jóvenes saliendo y rumbeando en playas y áreas sociales, todo, como si nada estuviera pasando.
Me indigna la ignorancia que nos rodea como sociedad. El mal manejo de los recursos, de los bonos solidarios, y los cupos en hospitales públicos y privados. Me mortifica que, si mis padres llegan a contagiarse del virus, pueden morir, o, si sobreviven, podrían quedar endeudados por el resto de sus vidas, por la cuenta del hospital (si es que les dan cupo).
Yo vivo bajo las leyes que ustedes imponen, y las sigo al pie de la letra, por más que muchas no sean coherentes con nuestros derechos como seres humanos. Soy solo una niña con mucho que aprender, pero, con solo ver el noticiero, me doy cuenta de que tengo una mente mucho más desarrollada y empática que muchos adultos.
Me tomo la libertad de cuestionarlo, señor presidente: ¿cómo es que este cierre de emergencia lleva tanto tiempo y no han tenido mejores resultados? Somos el hazmerreír del mundo entero y mi bello país está al borde del colapso. Los contagios se multiplican a diario y en mi intranquilidad, señor presidente, le pregunto, ¿qué va a hacer usted para que esta situación que vivimos sea tomada en serio por todos los panameños y podamos continuar con nuestras vidas de la mejor forma posible?
No cabe duda, señor presidente, de que no están haciendo las cosas bien. Le pido, mediante esta carta, que ponga orden en nuestro país. Ser presidente no es solo un título, es buscar todas las posibles soluciones, con su equipo, para que podamos salir adelante y nos ayude a todos a salir de este sufrimiento.
Yo tengo solo quince años y tal vez no debería escribirle una carta a un presidente. Pero, aunque mis padres hagan lo posible para que me sienta tranquila en este encierro, esto podría llegar a afectar mi salud mental y la de todos. Pero, sobre todo, la de nosotros, los jóvenes.
Panameña, estudiante de décimo grado.
FUENTE: Andreina Correa Quirós - La Estrella de Panamá