Por: Daniel Samper Ospina - Es el mes de octubre del año en gracia de 2020. Una minga indígena amenaza la estabilidad del Nuevo Reino de Polombia y el Virrey Iván de Jesús Duque y Márquez sabe que una sola persona podría sofocar la insurrección del brioso y salvaje pueblo: el Comendador Miguel de Ceballos y Arévalo, mejor conocido como el Pacificador. Por eso ha solicitado su presencia en el despacho.
—Os he ordenado llamar porque os tengo una misión real que no podré atender en persona, porque mañana partiré a tierras del Chocó, a repartir dulces a los niños, en especial Chocobreaks —afirma el Virrey Duque, o el Duque Virrey: lo que sea.
—Ordene, Alteza.
—Necesito que vuesamerced marche afanosamente a Totoró, más al sur del Valle del Cauca, y someta al sublevado pueblo indio a las leyes cristianas del Nuevo Reino —le pide.
—Lo que ordene, Alteza —asiente el Pacificador.
—Tomad cuanto antes camino y llevadles estos espejos, estos decretos y estas manillas de hilo que ya no me entran en la muñeca para que se haga más fácil su rendimiento.
—Dirá su rendición, Alteza…
—Lo que sea.
Con sus mejores hombres armados de arcabuces, emprende camino el Pacificador. La salida de Santa Fe es lenta porque una algarabía de buses con banderas alborotan los caminos empedrados.
—Han de ser hinchas de fútbol —piensa el Comendador—: acaso barras bravas.
Da la orden a su séquito de que acelere la marcha para que no se retrase la expedición. La caravana de valientes avanza entonces hacia el aeropuerto de Catam, donde toman un vuelo que les permite observar un paisaje inédito, aturdido de montañas y de cordilleras: es el Cauca salvaje, el tupido tapiz que tendrán que conquistar. Atrás de esas montañas ha de estar el mar del Sur.
El gigantesco insecto metálico del avión desgarra la tierra y Ceballos sabe que ha llegado su hora. Prepara a los suyos con una oración en voz alta en la escalera en que pide al Dios de los cristianos templanza en la lucha y que la tribu no sea caníbal; y los anima a poner pie en el terreno: ya tocan la dura tierra india; ya el malsano sol tropical se anega en sus ojos; ya zumban en la humedad los moscos de aquel lugar inhóspito, cargado de enfermedad, en que la gente no se tapa las vergüenzas.
Se diría que el miedo los anima. Avanzan las raudas camionetas por entre las veredas, en medio de los paisajes de ese mundo extraño, acaso virginal, espeso de zancudos, árboles de cacao y guacamayas.
Tras extenuantes minutos de camino, atisban una aldea de chozas sin iglesia. Es Totoró, el pueblo de destino. Allá el peligro se camufla en el bahareque: el veneno y la flecha se agazapan en cada bohío.
Hincan la rodilla en tierra los valientes. Templan y clavan en la arena los estandartes de la virgen de Chiquinquirá; del escudo de la Universidad Sergio Arboleda. En aquellas tierras sin dios, esa es señal única de la civilización del mundo. ->>Vea más...
FUENTE: Artículo de Opinión - Los Danieles