Por: Beto Coral - La odisea del hijo de uno de los oficiales que dieron de baja a Pablo Escobar en 1993, en pos de quienes mataron cuatro meses después al capitán Humberto Coral.
Dicen que el que se pregunta ¿quién? quiere venganza y el que se pregunta ¿por qué? quiere justicia.
¿Por qué? Esa fue mi primera pregunta cuando la esposa de un coronel de la policía me dijo que, a mi papá, el capitán Humberto Coral, lo habían asesinado el 22 de abril de 1994, cuando yo solo tenía ocho años.
La lucha por reclamar el expediente de su muerte empezó el 11 de mayo de 2004. Ese día cumplía 18 años y viajé a Medellín, de donde soy oriundo, para sacar mi cédula. Allí radiqué la primera solicitud para obtener el expediente y solo obtuve copia del fallo de primera instancia del tribunal administrativo de Antioquia.
En él se exoneraba de responsabilidad a la Nación por el fallecimiento de mi papá.
Hasta ese día, la hipótesis de su muerte decía que lo hicieron para robarlo por la fuerza. Lo asaltaron a la media noche, lo obligaron a sentarse en el asiento trasero, condujeron el auto a un descampado, le quitaron algunos objetos personales, le dispararon tres veces a la cabeza y huyeron sin llevarse el carro. En fin, un delito de robo con violencia como muchos que se cometen a menudo en Colombia.
Pero eso no concordaba con el decreto 39 de enero de 1995 del Ministerio de Defensa en la que declaraba que el homicidio había sucedido en “actos especiales del servicio y por acción directa del enemigo”. Desde niño me surgió la pregunta: ¿cuál enemigo? Si el homicidio hubiese sido por robarle el carro, no lo hubiesen ascendido de grado con carácter póstumo, como ocurrió. Entonces, ¿cuál fue la investigación de a la Policía que permitió determinar el acto especial de servicios y el enemigo?
Esta es la historia a la que me condujeron las respuestas.
Mi padre fue uno de los oficiales comandantes del Bloque de Búsqueda que dio de baja a Pablo Escobar en diciembre de 1993. Participó en más de 800 allanamientos, ayudó a dar de baja a peligrosos sicarios lugartenientes de Escobar, como alias “el Chopo” y “El Angelito”, y fue uno de los cuatro comandantes que ordenaron el ingreso del grupo de asalto para tomar la vivienda donde se refugiaba el capo.
Una portada de Semana, entonces la revista más importante del país, alimentó durante años la impresión y la zozobra que me producía preguntarme el porqué. En la publicación aparece la foto de mi padre con el título “Cobro de cuentas”; el texto relata con detalle su carrera policial y en particular su tarea en el Bloque de Búsqueda.
Portada Revista Semana edición 626
Después de poner fin a la pesadilla del jefe narcotraficante, mi papá solicitó traslado y no se lo concedieron. Fueron varias las misivas que envió a su comandante directo y también al director de la Policía. En una carta del 19 de enero de 1994 recibe el apoyo del mayor Jesús Antonio Gómez Méndez, quien más tarde se convertiría en General de la República y saldría de la institución por nexos con el narco paramilitar apodado “Don Mario”. Varios de sus compañeros en la operación fueron trasladados; algunos a Estados Unidos. Mi papá no. Cuatro meses después de dar de baja a Escobar, asesinaron a quien había luchado por liberar al país del famoso criminal.
La versión oficial de lo que aconteció aquella noche del 22 de abril de 1994 es la siguiente. Mi papá se encontró con el capitán Omar Acevedo, también del Bloque de Búsqueda, y la señora Luz Mary Arboleda Mazo. Siendo la 1 am, mi papá lleva a la señora a su casa y lo interceptan cuatro sujetos que le arrebatan sus artículos personales y, sin ninguna justificación, le disparan tres veces en la cabeza. La versión señala que el único testigo fue la señora Arboleda. ->>Vea más...
FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles