Por: Daniel Samper Pizano - Ni en Medellín, ni en Colombia, ni en el mundo termina nunca de amasarse la cuenta de muertos, y a nadie parece importarle demasiado. Por eso las masacres son una cinta sinfín en la historia de nuestro país; por eso la de las bananeras (1928) es personaje de Cien años de soledad y La casa grande; por eso las de la vieja violencia resurgen en Cantarranas (1960); por eso suman más de mil; por eso en el 2021 llevamos 88 y 150 líderes sociales asesinados.
A las víctimas conocidas de la violencia hay que añadir los NN de ignorada identidad. Y a estos, los desaparecidos. Y a los desaparecidos, otra categoría, la más baja y castigada, la de los incontados, a quienes nadie ha intentado o querido o logrado acoger en cuentas o estadísticas. Tan castigada es, que la palabra incontados ni siquiera aparece en el diccionario castellano. Así, pues, los NN, tienen cuerpo pero no tienen nombre; los desaparecidos tienen nombre pero no tienen cuerpo. Los incontados carecen de cuerpo y de nombre. Y sin embargo son miles, son millones, son incontables.
“A Medellín parecía no importarle que hubiera tantos desaparecidos”.Pablo Montoya, La sombra de Orión
El más reciente episodio es un bombardeo que lanzó Estados Unidos con drones y cazas el 18 de marzo de 2019 en el pueblo sirio de Baghuz. Allí murieron, bajo el impacto devastador de más de dos toneladas de bombas, 16 terroristas del Estado Islámico (EI) y cerca de 80 civiles inocentes, muchos de ellos mujeres y niños. Hasta hace poco la masacre había permanecido oculta. Ni el suceso tenía quien lo relatara, ni existía cuenta de las víctimas. Los militares borraron videos, impusieron la ley del silencio y cubrieron sus huellas con un velo de censura. Durante dos años y ocho meses la matazón no existió. Las víctimas no figuraban en contabilidad alguna y se precipitaban así en el limbo milenario y oscuro de los incontados.
Sin embargo, de manera obstinada unos periodistas de The New York Times jalaron los hilos de algo que habían oído. Buscaron fuentes, convencieron a testigos, localizaron documentos, exigieron explicaciones y unos meses después estaban listos para contar la historia. Se publicó muy destacada el 13 de noviembre bajo un título explícito: “Cómo escondieron los Estados Unidos un bombardeo que mató a docenas de civiles en Siria”.
Aunque sus características no eran tan despiadadas como la masacre de 504 civiles en My Lai, Vietnam, que se ejecutó en 1968 con infantería a bala y bayoneta, el saldo resultó monstruoso. Los causantes intentaron ocultarlo, pues, aparte del crimen de guerra, asestaba un golpe irreparable a la supuesta “humanización” que ofrecían novedades bélicas como los drones y las cámaras de precisión extrema.
Lo peor es que la noticia pasó casi inadvertida. La prensa más seria la recogió (aunque en Colombia pocos medios lo hicieron), y allí paró todo. No se produjo un escándalo ruidoso; no cayeron destituciones; no hubo renuncias; tampoco excusas públicas de alto nivel; el Congreso (que se sepa) no decretó una investigación especial. En fin, no eran más que hombres, mujeres y niños sirios, perseguidos con igual saña por los asesinos del EI y los enemigos del EI. Se ensayaron algunas disculpas. Las dos más miserables, ya blandidas en un caso semejante en noviembre de 2017 en Mosul (Irak), decían que “no podemos perder mucho tiempo en condolencias” (portavoz del Comando Central) y que “la carga de la prueba recae sobre los civiles, los cuales deben demostrar que lo son ante quienes los observan desde el aire”.
Las guerras producen millones de muertos no contados, según sucedió con los de Baghuz. Basta con mirar las cifras oficiales y compararlas con la realidad. Gracias a una activista gringa se supo que las víctimas civiles en los conflictos de Irak y Afganistán superan los pálidos cálculos del Ejército “en mucho más que lo esperado”. La cifra de muertos civiles en Irak es, según fuentes independientes, 31 veces mayor que la oficial.
Esas víctimas yacen en un espacio vecino e intercomunicado con los 3.000 desparecidos chilenos, los 22.000 argentinos, los 140.000 españoles del franquismo y los 80.000 del conflicto colombiano. Son solo sombras, memorias en pena, incontables incontados. ->>Vea más...
FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles