Por: Daniel Samper Pizano - De Boris Johnson, el primer ministro inglés, se sabía que es un buen historiador, un mal gobernante, un personaje de aspecto caricaturesco, un mentiroso y un irresponsable que promovió el divorcio entre Gran Bretaña y la Unión Europea (Brexit) del que hoy se arrepienten quienes lo apoyaron. Lo que se ignoraba es que el alcohol ha acolitado momentos claves de su mandato y que él y su más cercano grupo de colaboradores se pasan por el corsé las normas de seguridad obligatorias para los demás habitantes de las islas británicas.
A raíz de algunas fotos filtradas a la prensa, donde se ve a Johnson y sus funcionarios tomando trago sin tapabocas ni distancia de seguridad, una comisión especial (Reporte Gray) y la Policía (que en Inglaterra es imparcial y digna de crédito) adelantan sendas pesquisas sobre la vida alegre de 10 Downing Street (la Casa de Nariño londinense) en tiempos de contagio. Aunque solo se han publicado hasta ahora apartes de la pesquisa Gray, Johnson tambalea (buen verbo para un bebedor) por cuenta de un sarao que los periodistas denominan “la despedida rociada con vino espumante”. Se refieren a que, so pretexto del retiro de algún personal, la cuadrilla del primer ministro (PM) organizó en 2020 y 2021 al menos 16 rumbas que violaban las normas impuestas por el propio Gobierno.
“El consumo excesivo de alcohol en un lugar de trabajo es inapropiado en cualquier momento”, dice el Informe Gray al referirse a las oficinas presidenciales. Falta aún el de la Policía. Según una editora del diario The Guardian, esta segunda investigación marcará “el punto de mayor peligro” para Johnson, cuyos días parecen contados. Ya sus asesores se desgranan como mazorca.
Pregunto: ¿nos afecta acaso en estos trópicos llenos de problemas que el gobierno de Johnson sobreviva o se despiporre? Sí, indirectamente, pues es sano para la democracia el fracaso de los populistas atroces (los trumps, los bolsonaros, los bukeles, los maduros, los ortegas, los dutertes, los johnson...). De hecho, Nietzsche recomendaba hacer daño a la estupidez. Pero el derrumbe entre vapores etílicos del gobierno de un país como Inglaterra muestra una vez más la alambrada de riesgos que rodea a los poderosos y la importancia de pensar serenamente el voto y elegir a los mejores candidatos para los altos cargos.
Los caciques británicos han sido frecuentes aliados del whisky, la champaña y otras bebidas embriagantes. El ex PM Tony Blair, a quien (sea dicho de paso) el gobierno de Juan Manuel Santos otorgó jugosos contratos, confesó en sus memorias que durante su gobierno se había refugiado en el alcohol. A raíz de ello el veterano columnista Michael White escribió: “es raro el primer ministro que no lo ha hecho”. Por las venas del egregio Winston Churchill circulaba destilado escocés que por fortuna no hizo mella en su portentoso cerebro. Caso distinto es el de George W. Bush hijo, que a los cuarenta años era un borracho irreprimible y desagradable. Heredó la presidencia en 2001, cuando llevaba rato de haber dejado el trago, pero el efecto deletéreo del abuso etílico en su cerebro lo ha padecido el mundo. La guerra en Afganistán, que él inicio y ganaron los talibanes hace cinco meses, sigue dejando víctimas.
Un presidente alcohólico podría desatar una confrontación aún peor: una guerra nuclear. Boris Yeltsin, primer presidente ruso tras la caída del Muro de Berlín, pudo haber sido ese detonante. Fue famoso por conservarse en vodka, y de su hospedaje en la Casa Blanca durante un viaje de Estado circulan anécdotas escalofriantes, como que se escapó de la alcoba y terminó en la calle sin protección ni vigilancia. Kim Jung-li, padre del actual dictador norcoreano, era gran bebedor de coñac. Se dice que consumió durante sus 17 años de Presidente Eterno (así se denomina, lo siento) cerca de 800 mil dólares en frutos del alambique. ->>Vea más...
FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles