Por: Daniel Samper Pizano - Y cuando Mafalda supo que los obreros buscaban bajo el asfalto con sus perforadoras un escape de gas y no las raíces de lo nacional, exclamó: “Como siempre: lo urgente no deja tiempo para lo importante”.
La pobre Mafalda estaría sumamente confundida hoy cuando lo urgente —la guerra en Ucrania, el freno a los regímenes populistas autoritarios, la vacunación global— reviste enorme importancia y en cambio lo más trascendental —el cambio climático, el hambre— carece, al parecer, de urgencia. Así lo demuestra el hecho de que el panel de la ONU sobre cambio climático (IPCC) anunció esta semana que el planeta avanza a todo galope sobre las ruinas de la naturaleza hacia un abismo anunciado. Tras revisar el informe que presentaron 270 expertos de 67 países con base en 30.000 estudios, artículos y reportes especializados, el secretario general de la entidad, Antonio Guterres, comentó: “He visto muchos documentos científicos durante mi carrera, pero ninguno como este. Es un mapa del sufrimiento humano y una acusación sobre el fallido liderazgo en materia climática”.
En dicho mapa figura Colombia. Somos parte de los países vulnerables, donde media humanidad vive en un calvario de degradación del medio social y personal. La desforestación, las sequías, los sunamis inmisericordes, los huracanes emberracados, los diluvios de intensidad bíblica y las cosechas inundadas o agostadas los afectan de manera directa. Notan, además, que se derriten los hielos y sube el nivel de las aguas. Golpeados adicionalmente por el mayor efecto de la pandemia, por la desigualdad económica, por la desviación de fondos públicos para las cuentas bancarias de corruptos, desatendidas su escasa educación y su precaria salud, esos 3.500 millones de terrícolas padecen con mayor intensidad hambres, guerras y desplazamientos. Su entorno también sufre: el permafrost se deshiela; ciertos insectos atacan siembras que antes estaban lejos de su rango de calor; la matanza de animales salvajes continúa; cada año desaparecen especies. Hace pocos meses se extinguieron el falangero lemuroide (una zarigüeya anillada de nombre técnico Hemibelideus lemuroides) y el Melomys rubicola, más conocido como ratón de cola de mosaico: el último ejemplar no resistió en 2016 la subida del nivel del mar Pacífico y murió ahogado.
Por desgracia, la alarmante incapacidad general de nuestros gobernantes les impide entender la hecatombe que ocurre en mares, aires, selvas, campos y ciudades. El “fallido liderazgo” ambiental significa que para la mayoría de los gobernantes lo urgente y lo importante es llegar al poder o permanecer en él.
Durante su más reciente viaje a Europa, Iván Duque ofreció un espectáculo de magia sorprendente: en sus intervenciones y ruedas de prensa convirtió a Colombia en una especie de nación ejemplar conducida por un equipo paradigmático. Las sesiones de ilusionismo ante auditorios ingenuos contrastaban con los datos cotidianos que masticamos a diario los colombianos. Por ejemplo, la imparable sangría de líderes sociales (van 1.241 asesinados desde la firma de la paz); la realidad de que el 54 por ciento de los hogares de este país pasan hambre, y cerca de 150.000 personas no prueban bocado todos los días sino cuando pueden. Según la Asociación de Bancos de Alimentos de Colombia casi 16 millones malviven con dos o menos comidas al día, por lo cual el hambre se mezcla a veces con la represión. Así ocurrió en el deprimente episodio de la anciana de 86 años arrestada en Santa Rosa de Cabal, Risaralda, por robar tres libras de arroz. La FAO señala que la pandemia retrocedió a América Latina a los niveles de desnutrición de finales del siglo XX, de modo que lo milagroso es que no se registren más hurtos famélicos. ->>Vea más...
FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles