En 1962 los capos de Palermo estaban muy ocupados torturando a un camarero del trasatlántico 'Saturnia'. En la nave iba una partida de heroína de Egipto, pero al llegar a Estados Unidos faltaba una parte. Así empezó un mal rollo que desembocó en la llamada primera guerra de la Mafia.
El pobre camarero no sabía nada y las sospechas recayeron en el mafioso que le entregó la droga, Calcedonio Di Pisa. Fue interrogado por la Comisión y absuelto, aunque los hermanos La Barbera no se lo creían. Ahí quedó el mosqueo. Pero luego alguien se cargó a Di Pisa y se sospechó de ellos. Así empezaron a matarse unos y otros, en una espiral de venganzas que en realidad era una lucha de poder. De la heroína ya no se acordó nadie y de hecho nunca se supo qué pasó con ella. Fue una guerra en la que cada uno intentaba descifrar lo que ocurría, porque la dificultad para saber la verdad de la Mafia no es solo exterior, la tienen ellos mismos. Es como un puzzle sin fin.
Los La Barbera, constructores y nuevos ricos, chocaron con Salvatore Greco, capo de pedigrí apoyado por el emergente clan de los Corleoneses de Luciano Leggio y los futuros amos de Cosa Nostra, Totò Riina y Bernardo Provenzano. Por primera vez se vieron en las calles ametrallamientos y coches bomba, con Alfa Romeo Giulietta, firma de la casa. Hasta hubo una persecución con tiros en Milán que dejó herido a Angelo La Barbera. Arrestado, terminaron el trabajo en 1975: fue apuñalado en prisión. La paciencia en acabar lo empezado, encajar cada pieza, es una virtud mafiosa.
La guerra fue demasiado lejos en junio de 1963. Abandonaron un coche bomba por una rueda pinchada y murieron siete agentes al desactivarlo. Fue una conmoción nacional. Encarcelaron a 822 mafiosos y el resto huyó. La Mafia desapareció hasta que pasó el temporal. La 'Commisione', recién inventada, se disolvió. Lo que pasó luego es interesante para analizar los males de Italia. Se celebraron dos grandes procesos, fuera de Sicilia para evitar intimidaciones: en Catanzaro, en 1968, a 117 mafiosos, y en Bari, en 1969, a 64, todo el clan de Corleone. Eran los primeros juicios de este tipo y asombra pensar que ya tenían allí a todos los capos que aterrorizarían el país durante cuatro décadas. Pues bien, se quedaron en nada. Antes del fallo, los jueces de Bari recibieron una carta de Palermo con faltas de ortografía y firmada con una cruz: «Están juzgando a honestos caballeros que los Carabinieri han denunciado por capricho. Queremos simplemente advertir que si un caballero de Corleone es condenado, saltaréis por los aires, seréis destruidos, y también vuestras familias. Un proverbio siciliano dice: 'Hombre avisado, medio salvado'. No os queda más que ser sensatos». Lo fueron. Al margen de esto, lo cierto es que los jueces seguían sin ver tras esos criminales una misma estructura. Un vacío legal impedía perseguir a la Mafia como organización, reforma esencial que solo llegó en 1982. La Mafia venía a ser una fantasía de los fiscales. El de ambos procesos, Cesare Terranova, uno de los pocos en hacer su trabajo en Sicilia en esos años, lo pagó con la vida en 1979. La guerra también sirvió para que en Roma se creara al fin una comisión parlamentaria sobre la Mafia, un siglo después de la primera. Se fue empantanando y se tiraron trece años para un informe final que, al menos, era una buena radiografía de la situación y ya denunciaba la complicidad política. Pero no fue aprobado en el Parlamento.
Tras la guerra, la Mafia entró en unos años de silencio, pero entretanto ocurrió algo que el fiscal Terranova decía a sus amigos: «Están bajando a la ciudad». Se refería a los Corleoneses. Los 'viddani' (villanos) o 'peri incritati' (pies embarrados) de la Sicilia rural, capitaneados por Leggio querían meter la cabeza en Palermo. En la vieja Mafia de la ciudad les consideraban, que ya es decir, feroces, peligrosos y hambrientos de poder.
La encerrona chapuza
Absueltos en los procesos, cientos de mafiosos volvieron tan panchos a casa. Pero la guerra no había terminado y hasta seis años más tarde no llega su epílogo. Es la matanza de Viale Lazio de diciembre de 1969, otro buen ejemplo de rompecabezas. Aquel día un comando mafioso liquidó a Michele Cavataio, el 'Cobra', capo de Acquasanta. Estaba en una empresa constructora mafiosa y se presentaron seis sicarios de varias familias, símbolo de un castigo consensuado, disfrazados de policías. Pero la encerrona fue una chapuza, se liaron a tiros y dejaron cuatro cadáveres. ¿Por qué es el epílogo? Pues se supo 15 años después, cuando lo explicó el 'pentito' Tommaso Buscetta: fue Cavataio quien se cargó a De Pisa, el del trasatlántico, sabiendo que se sospecharía de los La Barbera y se matarían entre ellos, para así poder hacerse hueco él.
Pero faltaban más piezas. En realidad hubo un quinto cadáver, Calogero Bagarella, amigo de infancia de Riina y Provenzano. Pero se lo llevaron de allí y Bagarella siguió en la lista de criminales más buscados hasta 1990, cuando en una escucha a su madre los Carabinieri descubrieron que llevaba muerto 21 años. Hay más piezas sueltas. El culpable del caótico tiroteo fue Damiano Caruso, que perdió los nervios y disparó antes de tiempo, y menos mal que Provenzano lo remedió rematando la escabechina. Caruso fue liquidado como castigo y porque ya había dado problemas. Aquí nació la fama de Provenzano como asesino despiadado y su mote 'u' Tratturi' (el Tractor), porque por donde pasaba no crecía la hierba. Pero fue una pieza falsa. Otro de los sicarios, Gaetano Grado, desveló en 2007 que en realidad el patoso había sido el propio Provenzano, pero los Corleoneses difundieron el rumor que acusaba al otro. Era puro marketing: empezaban su escalada al poder en Cosa Nostra y Provenzano viviría de esta fama terrible hasta llegar a gran capo en 1993, tras el arresto de Riina. Además así eliminaron a un soldado de una familia que odiaban y que luego atacarían.
Falta una última pieza. En 2011, después de 42 años, se reconoció como víctimas inocentes a dos de los muertos de la masacre, siempre tomados por mafiosos. Sus familias arrastraron de por vida la mala fama. Pero Giovanni Domè era el guarda del edificio y Salvatore Bevilacqua, un obrero que negociaba un anticipo.
FUENTE: ÍÑIGO DOMÍNGUEZ - http://www.diariovasco.com
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domingo, 12 de agosto de 2012
(Italia) Puzzle de una guerra
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