Días atrás cayó Roberto Pannunzi, uno de los hombres fuertes de la mafia Ndrangheta. En los noventa inició su contacto con Pablo Escobar y en 1994 fue detenido en el barrio El Poblado, en Medellín.
Según el medio colombiano, lo extraditaron y en 1999 se fugó de una cárcel italiana. Continuó en el negocio del narcotráfico y cinco años después lo volvieron a capturar en España. En 2010 se fugó de nuevo, después de ser trasladado a una clínica porque, según decía, estaba enfermo. Hace unos meses las autoridades de su país detectaron que viajó en barco a Brasil y que mantenía contactos con Colombia. A comienzos de este año alertaron a la Policía y le siguieron la pista hasta encontrarlo. Pannunzi es el cuarto narcotraficante de peso que cae este año en Colombia.
Si bien la relación entre los mafiosos italianos y colombianos tiene una larga tradición que se remonta a los tiempos del capo Pablo Escobar.
En la era del cartel de Medellín casi toda la cadena del negocio de la coca (producción, procesamiento y transporte) corría por cuenta de los capos locales.
Hoy el negocio del narcotráfico está extremadamente atomizado y dividido. No hay un capo que domine, explica para Semana un oficial de la Policía antinarcóticos. Todo es manejado de manera muy desordenada por bacrim, pequeños narcos y guerrilla. Ninguno puede manejar hoy grandes volúmenes de droga porque no tienen cómo almacenarla, cuidarla y mucho menos enviar grandes cantidades al exterior.
“Todos han optado por vender pequeños volúmenes, de unas decenas de kilos, en el país. Es más barato pero también más seguro, se arriesgan menos y, sobre todo, no tienen que transportarla”, dijo el uniformado.
La investigación detalla que llegan al país, compran y juntan 100 o 200 kilos y por vía Venezuela los envían a Europa. “El margen de ganancia es muy alto”, remata.
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