Es un pueblo de aproximadamente 5 mil miembros agrupados en gran parte de la cuenca de los ríos San San y Teribe, este último considerado sagrado porque el agua es esencial para la vida y la alimentación.
Para contar la historia de los nasos o tjër-di hay que remontarse a la época de la invasión española en Aby Yala (tierra de sangre o en plena madurez), que no es más que el nombre de América, explicó Elmer González, profesor de Geografía e Historia del Instituto América y de la Universidad de Panamá.
Antes de la colonia española existían imperios que controlaban distintas regiones americanas, explicó el historiador. Por ejemplo, en el norte, en México, dominaba el imperio azteca. En el sur, Perú, Bolivia, Chile y Argentina, eran gobernados por el imperio inca. Mientras que en América Central (Honduras, Nicaragua y El Salvador) dominó el imperio maya. Eran una especie de gobiernos locales que controlaban territorios autónomos. ‘No había un solo monarca que gobernara todo el territorio americano', agregó el historiador.
Estos imperios habían sometido a otros pueblos que eran autónomos. Los tomaron y los unificaron en grandes territorios. Pero con la llegada de las fuerzas españolas, las monarquías fueron desapareciendo a pesar de la resistencia indígena. Los últimos lugares conquistados fueron los territorios andinos.
En el caso de Panamá fue diferente porque no hubo tal hegemonía. Los territorios mantuvieron su autonomía. Por ser un país de paso, la cantidad de soldados que se establecieron en el país no fue suficiente para someter a la resistencia indígena. La mayoría de los saldados se quedaban solo un par de meses para luego partir a lugares donde había muchos más territorios por conquistar.
En el país, cuenta el historiador, hubo más resistencia indígena también porque los indígenas estaban muy bien organizados. ‘Hasta el sol de hoy se ve el reflejo de esas poblaciones, de los siete grupos indígenas que existen en el país', apuntó González.
Los nasos tuvieron una gran tradición guerrera y los enfrentamientos con las otras etnias indígenas fueron constantes durante siglos, al igual que la resistencia que mantuvieron contra los españoles.
LA DINASTÍA SANTANA
Los nasos o tjër-di, que se denominan hijos del río Teribe, tenían un rey vitalicio, una herencia que se transmitía de padres a hijos y que sólo podían ejercer los varones del linaje real, en concreto los de la familia Santana.
Según Reina Torres de Araúz, este rey debía ser el mejor guerrero, el que más enemigos hubiera matado, el que, como cuenta Orlando Roberts en el siglo XIX, más cráneos de enemigos tuviera decorando su choza, o más alfileres tuviera clavados en los labios.
Ese carácter belicoso ha desaparecido y los reyes naso son ahora una figura regente, un conciliador de las tradiciones con la modernidad.
El rey no tiene funciones de mando ni de administración de justicia, en la práctica es un dirigente comunitario y representante ceremonial de la etnia. ‘Es tan pobre como cualquiera de sus súbditos', cuenta González.
El monarca puede ser destituido por el Consejo General del Pueblo, con un quórum y con cargos de homicidio, traición y otros delitos establecidos en las leyes tradicionales.
El palacio real se encuentra en Sieyik, capital de la región, y en ella permanece, además del rey, el Consejo General que lo asiste y que también es elegido de manera democrática.
Durante el siglo XX, este pueblo indígena pasó desapercibido hasta que llegó al trono Lázaro Santana, quien trajo consigo paz y prosperidad a esta recóndita región del país.
En 1973, lo sucedió su hijo Simeón, quien propuso la creación de una comarca indígena, pero murió repentinamente por una enfermedad. No hubo quién lo sucediera en la familia. Entonces, se propuso un método más democrático para elegir al rey.
Hoy día, el gobierno está bajo una mezcla de monarquía constitucional y hereditaria. Ahora el monarca es elegido por el pueblo en una votación en la que hombres y mujeres pueden postularse. ‘El pueblo elige a quien le parezca que mejor lo puede representar', explicó González.
Lo que no cambia es que el soberano debe pertenecer a la familia Santana, la dinastía gobernante, que inició en la primera mitad del siglo XX. Bajo ese mecanismo fue elegida la reina Rufina, cuya labor fue cuestionada en el pueblo.
En 1988 fue elegido un nuevo rey, César Santana, quien procedió a confeccionar la ley que establecía la comarca.
En mayo de 1997, el Congreso General solicitó al entonces mandatario, Ernesto Pérez Balladares, la creación de la comarca Naso Tjer-di. El 21 de enero de 1998 se crea el corregimiento de Teribe. Este hecho fue una humillación para el pueblo naso. El rey César solicitó una reconsideración de la ley.
En 1998, se escoge a Tito Santana como rey. Seis años después, se le destituyó por haber apoyado la construcción de una planta hidroeléctrica en Bonyic, afluente del río Teribe.
Y es que para los naso, la función principal de un rey es salvaguardar a su pueblo, las tierras y la herencia de sus antepasados, por lo que renunciar al control de las aguas de su río sagrado fue una falta imperdonable.
En su lugar fue escogido Valentín Santana, quien desde esa fecha ha ejercido como monarca.
Santana pudo cumplir con el sueño de sus antecesores: crear la comarca Naso. El 25 de octubre, en tercer debate, se aprobó el proyecto de ley 656, según el cual las tierras ubicadas dentro del territorio son propiedad colectiva del pueblo, que las administrará, poseerá sus derechos de manera perpetua y usufructuará con el fin de lograr su bienestar económico, social, cultural y político, de acuerdo con lo establecido en el artículo 127 de la Constitución Política.
Naso o tjër-di se convertiría en la sexta comarca indígena del país, siempre y cuando el proyecto sea sancionado por el presidente de la República, Juan Carlos Varela.
La economía del pueblo se basa en la agricultura de sustento. Otras actividades son la artesanía y el ecoturismo.
FUENTE: Marlene Testa - http://laestrella.com.pa