Yasmine Chacón y Juan José Hernández, de 31 y 32 años, se conocieron en la facultad de Medicina de San Salvador, se formaron en radiología en 2014, consiguieron su plaza en un hospital y tuvieron dos hijas. Dejaron todo para huir de la violencia de las bandas locales y pidieron asilo en España en septiembre de 2018. Residen legalmente, tienen autorización de trabajo, pero sus títulos no están homologados. Ella limpia casas y levanta y acuesta a una señora mayor; él aún no ha encontrado trabajo. “He solicitado para limpieza, supermercados… Me he ofrecido hasta para recoger naranjas y no me han llamado. Necesito encontrar un empleo, pero mi objetivo es trabajar de lo que he estudiado”, lamenta Hernández. “Es difícil ver que tenemos los medios para ejercer y no poder hacerlo. Es duro darte cuenta de que allá éramos alguien, pero al llegar aquí no vales nada porque solo eres ‘la que limpia casas”, sentencia Chacón.
Recluido en casa, el médico venezolano José Alejandro Pinto, de 30 años, tiene la impresión de que se ha declarado una guerra y no le dan permiso para salir a curar heridas. A su lado, en el sofá del salón, su novia, Yessica Moy tampoco puede contribuir a pesar de que es una enfermera titulada en una especialidad crucial en estos momentos, técnico cardiopulmonar. Por vocación y necesidad, los dos venezolanos residentes en Madrid quieren ayudar en la lucha contra el coronavirus. Pero como no tienen permiso de trabajo, no les queda otra opción que esperar en casa. Ni siquiera les apetece ver la tele porque se frustran más. “Estamos viendo el techo de brazos cruzados”, afirma resignado Pinto. Lo dice con ironía, porque en realidad está moviendo cielo y tierra para responder a la gran necesidad de sanitarios que ha provocado la crisis y así conseguir un trabajo, el primero desde que llegó a España, el 4 de noviembre, para solicitar asilo. ->>Vea más...
FUENTE: Con información de María Martín - Fernando Peinado - El País