“No me creo la tesis del suicidio por soledad y depresión”, afirma en este texto la periodista Claudia Julieta Duque, amiga del voluntario encontrado muerto en San Vicente del Caguán.
Y es ese silencio, indigno de ti y de nuestra realidad, el que me obliga a escribir, a intentar romper con palabras el nudo que aprieta mi garganta desde que supe que una soga asfixió la tuya hasta dejarte sin vida en la madrugada del miércoles 15 de julio.
La hipótesis del suicidio resulta inverosímil para quienes conocimos tu vitalidad, tu sonrisa y también tus críticas a la Misión cuando un compañero enfermaba de dengue y pasaba el tiempo sin que fuera evacuado a otra ciudad para recibir atención médica adecuada. Te preguntabas qué pasaría si te picaba una culebra, si te enfermabas de gravedad en San Vicente. Ya habías planeado a quién acudir en caso de que algo así te sucediera: no sería a nadie al interior de la ONU, pues te preocupaba que la paquidermia burocrática te dejara aún más expuesto que una enfermedad o un accidente.
Ese amor propio se contradice con la idea de que fueses capaz de arrancarte la vida en un lugar tan lejano de tus amigos, familia y amores, y de tu Nápoles del alma, a donde partirías el 20 de julio para limpiarte en las aguas del Tirreno toda la suciedad que te había ensombrecido en las últimas semanas.
Semanas atrás habías desasegurado el candado que protegía la reja del techo que daba a la azotea del pequeño edificio donde vivías, en prevención “por si alguien” venía por ti. ¿Es allí donde te encontraron? No lo sabré, al menos por ahora, porque jamás te visité, ni en San Vicente ni en Nápoles, como estaba acordado.
“Vedi Napoli e poi muori” (ver Nápoles y después morir). Siempre me repetías esa melancólica frase para recalcarme la promesa que nos hicimos en el 2018, cuando dejaste Brigadas Internacionales de Paz y yo viajé a Holanda para tomar un respiro ante una nueva avalancha de amenazas: a tu regreso a Italia yo iría a visitarte. ->>Vea más...
FUENTE: Artículo de Opinión - El Espectador