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martes, 17 de noviembre de 2020

Lucy, primerísima chica (+Opinión)

Por Laura Restrepo - Salve, abuela, te digo aunque eres casi una niña, Lucy, porque pese a tus tres millones y pico de años, se calcula que debiste morir a los 25. Y qué pequeñita eres, y qué graciosa, una mujeruca de apenas un metro diez, y eso que estás más o menos erguida, porque inauguraste la costumbre andar de pie. Por ahí vas tú, muy desenvuelta en dos patas, o mejor dicho piernas según las llamamos hoy día: esta negrita que va caminando, esta negrita tiene su tumbao, te cantaría Celia Cruz, la guarachera mayor, para celebrar tu recién adquirido garbo.

He llegado por fin a Addis Abeba y te tengo ante mí, Lucy, remotísima madre, primera hembra humana del planeta, yo aquí afuera y ahí dentro tú, resguardada en tu urna de vidrio en medio de este museo polvoriento.

Y aquí vamos las demás, abuela Lucy, a ratos bien plantadas y a ratos a gatas, todo el mujererío del mundo siguiendo tus pasos. Mira no más qué muchedumbre, un hervidero de gente con sus vacas, sus cabras y burros en ese inmenso mercado donde se venden y se intercambian las cosas más insólitas, latones, sillas desfondadas, medallas, camisetas del Barça, trozos de manguera, periódicos de ayer. Mujeres con la cabeza envuelta en altos tocados de tela, gallardas y esbeltas como Reinas de Saba: con razón se dice que bien pueden ser las más bellas de la tierra. Elegantes de por sí, sin atuendos de marca costosa, ni modas, ni tendencias, y en cambio dotadas de una natural desenvoltura y una dignidad imperial que logran arrancarle con las uñas a la pobreza. Y niños con pestañas de muñeco y mirada adulta. Y todo el gentío por igual con el notorio rasgo común de sus grandes dientes: paradoja borgiana, la del Creador que les dio al mismo tiempo tanta dentadura y tanta hambre.

Mira no más, Lucy, abuela nuestra, grandma, nonna, ávia, amona, somos miles y miles las que recorremos los caminos de esta tierra todavía buscando, como hiciste tú, un lugar donde una vida amable nos abra la puerta. Y con nosotras van nuestros Selans, que así se llamó el Primer Niño, Selan, también él expuesto en este olvidado museo de Addis Abbeba, acurrucado y aterido en la urna de cristal contigua a la tuya. Igual a este crío, o por el estilo, debiste parir unos cuantos, fecunda Lucy, y cuando le pregunto al guía cómo se sabe que fuiste mujer, si estás en los meros huesos, me responde que por la amplitud de tu pelvis. O sea que fuiste caderona, abuela, como todas nosotras, y también tú sufriste las agonías de parto.

Porque tú eres el Alfa y el Omega, vieja Lucy, tú Madona y tú Pietá, contigo empieza el drama inmemorial de la raza humana, esta paridera y esta moridera en que andamos montadas, tú, yo, todas las demás, y también esa nena Barakat que se está muriendo a la orilla de un camino en las laderas sembradas de café del sur de Etiopía. Se nos muere Barakat a sus trece años, embarazada y agotada tras veinticuatro horas de contracciones sin resultado. Se muere mientras susurra, como en rosario, ese ay, ay, ay tan ancestral, tan casi animal, tan igual en todas las lenguas, ese lamento que es el idioma originario, el que tú, nonna Lucy, nos enseñaste.

En una calle desolada de Sanáa, a la sombra de las altas torres de barro, se acurruca una anciana a la que no le veo el rostro porque lo lleva cubierto con tela negra. ¿Pero acaso existe todavía Sanáa, la ciudad más bella, ¡ay!, la más antigua del planeta, o ha desaparecido ya, junto con el resto del Yemen, bajo el tronar de los misiles y el zumbido de los drones?

-¿Tienes un nombre? -le pregunto a la mujer que se ovilla en la Sanáa desierta, y ella no dice nada.

-¿Tienes un sueño? -le pregunto, y ella responde.

-Tengo un sueño, sí, uno pequeñito. Sueño que alguien me da una limosna. ->>Vea más...

FUENTE: Artículo de Opinión - Los Danieles

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