Por: June Carolyn Erlick - Las relaciones entre EE. UU y América Latina ya no las cambian los gobiernos, sino la gente.
Los correos llegaron a mi buzón electrónico desde lugares apartados en el vasto mapa de los Estados Unidos: Nebraska, Ohio, Carolina del Sur y otros poco conocidos por su interés en América Latina. Todos pedían un ejemplar impreso del número monográfico de la revista acerca de Guatemala y el legado de la intervención de Washington en ese país centroamericano.
¿Acaso una súbita curiosidad por las políticas de intervención? ¿Quizás alguna película o telenovela que despertara especial curiosidad, como Café con aroma de mujer hizo para Colombia en todo el mundo o como ha ocurrido con las costumbres turcas gracias a los culebrones made in Istanbul? Finalmente, una lectora resolvió el misterio. Las solicitantes —todas mujeres— habían adoptado niños y niñas guatemaltecas, y querían explicar a sus hijos e hijas la relación histórica (y trágica) entre los Estados Unidos y Guatemala.
En mis dos décadas de fundadora y editora de ReVista, the Harvard Review of Latin America, he descubierto que los vínculos entre la América del Norte y la que se despliega al sur del río Grande son, a los ojos del pueblo, un asunto tremendamente personal. En este nivel difieren de la diplomacia y los enfoques oficiales. Estamos ante un nuevo enfoque que podría modificar sustancialmente la relación entre el norte y el centro y sur del continente,
Mientras la política oficial se dirige hacia el Medio Oriente, Rusia y la China, las redes de ciudadanos y ciudadanas examinan con creciente interés personal los puentes entre las tres Américas. Ello se debe, en parte, a que los Estados Unidos se están volviendo más latinos. En 2019, la población hispana llegó a los 60.6 millones, 10.1 millones más que en 2010. Después de los asiático-americanos, los hispanos son el grupo étnico que más rápido crece, hasta alcanzar el 18% de la población. Mexicanos y puertorriqueños (ciudadanos estadounidenses de nacimiento) constituyen el grupo mayor, seguido por salvadoreños, cubanos, dominicanos, guatemaltecos y colombianos.
Ya no solamente son las madres de hijos adoptivos las que se preocupan por las relaciones entre su país y el de George Washington y Elvis Presley. También sus hijos y sus nietos, sus vecinos, sus maestros y toda la gente que conoce las manifestaciones de la cultura popular latinoamericana, desde la comida hasta la música, y aprende a adorar el fútbol y bailar salsa, y acaba cuestionando la relación entre América Latina y los Estados Unidos.
La cultura popular —que en cierto modo refleja el incremento de población latina— es clave para estimular este creciente interés. Shakira ha llamado la atención de muchos estadounidenses no solamente por su música (¡como si no fuera suficiente!), sino con su obra social. Ricky Martin y Bad Bunny han influido para que muchos jóvenes mediten acerca de la relación de su país, Puerto Rico, con Estados Unidos.
Pero este interés personal y apasionado no es un fenómeno nuevo: lo novedoso es su veloz crecimiento. Desde las guerras en América Central en los años ochenta ha habido entidades de solidaridad, iglesias, sectores formales e informales que militan en pro de la paz y la justicia y luchan para imponer embargos o quitarlos, para defender migrantes y refugiados, para establecer grupos de defensa legal. Muchas personas que regresaron del Cuerpo de Paz o del programa Fulbright en América Latina se transforman en activistas, se convierten en acádemicos… o suman las dos actividades. En los Estados Unidos esta diplomacia informal cuenta. ->>Vea más...
FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles