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miércoles, 2 de junio de 2021

Periodista advierte cómo los algoritmos y la burocracia en algunos sistemas causan pobreza y desigualdad

¿Cuántas veces se ha encontrado usted últimamente frente a una gestión y la persona que le atendía le ha contestado: "Lo siento, no podemos hacer nada, es el sistema"?. ¿Cuántas veces ha escuchado la historia de que alguien que no conduce, no tiene carnet y ni siquiera coche, se ha encontrado con una multa en el buzón y ha tenido que emprender una odisea legal para demostralo?¿Ha intentado pedir una hipoteca y se la han denegado, aunque usted pensaba que cumplía los requisitos? El algoritmo, el minado de datos y los modelos de riesgo predictivo han llegado para quedarse. El 'big data' lleva años implementándose en la gestión de trámites burocráticos tanto en la empresa privada como en la Administración pública para mejorar la eficiencia y para optimizar los recursos. Pero, ¿la utilización de estas herramientas se basa en valores neutros o, detrás de ellas, existen implicaciones políticas?

La periodista estadounidense Virginia Eubanks ha dedicado los últimos años a estudiar el funcionamiento de esta tecnología en la gestión de ayudas sociales y ha descubierto que el nuevo modelo está contribuyendo a la ampliación de la brecha social. ¿Cómo? Lo explica en su libro 'La automatización de la desigualdad' (Capitán Swing), en el que explica cómo el sistema está expulsando a familias receptoras de las ayudas sociales y cómo se perpetúan los prejuicios basados en raza o clase social. Aunque su ensayo está centrado en el modelo estadounidense, Eubanks es consciente de que la tendencia es global en el mundo occidental y avisa de las consecuencias que tiene confiar la toma de decisiones a sistemas informáticos que no contemplan las consecuencias de sus resoluciones en la vida de personas reales. Cómo la hiperburocratización que conlleva esta nueva forma de gestión, en muchos casos, está diseñada para limitar el acceso de grupos en riesgo de exclusión a los recursos.

Eubanks decidió plantear su ensayo a partir de casos concretos, palpables, lo que falta en muchos estudios que se centran en el global, favoreciendo la despersonalización. Aunque ya llevaba tiempo trabajando en la materia, la autora vivió una experiencia personal con su seguro sanitario que hizo que cambiase el enfoque de su análisis. Poco tiempo después de cambiar de trabajo -en Estados Unidos el seguro sanitario lo contrata la empresa empleadora-, la pareja de Eubanks sufrió una agresión que lo mandó al hospital. Cuando fue a comprar medicamentos -sujetos a ese seguro-, el sistema se los denegó, porque el algoritmo detectó que podía tratarse de un fraude, con lo que la compañía suspendió la cobertura del tratamiento del paciente hasta que se comprobase la inocencia del cliente, no hasta que se determinase la culpabilidad, como sucede, por ejemplo, en Derecho Penal. Eubanks se dio cuenta de que esta manera de tratar los datos perjudicaba a las familias más vulnerables y encontró cómo la burocracia dejó sin Medicare -el programa que cubre la atención médica a personas con discapacidad o enfermedades inhabilitantes como el cáncer-, entre otros casos, a una niña de seis años discapacitada y dependiente que, al no firmar una documentación que le pedían, se le denegaban las ayudas de más de 6.000 dólares mensuales que necesitaba para su supervivencia.

PREGUNTA. Mientras en algunos países europeos, como España, se plantea la posibilidad -aunque lejana- de aprobar un ingreso vital mínimo, en su libro detecta una corriente de opinión mayoritaria en Estados Unidos en contra de las ayudas sociales. ¿Cuál cree que será el modelo que acabe imponiéndose?

RESPUESTA. Creo que es muy importante en el contexto estadounidense que la vez que nos acercamos más a conseguir este ingreso mínimo vital fue en la era Nixon. Aunque su Gobierno es famoso por su conservadurismo, una vuelta a la “ley y orden” después de las revueltas sociales de los sesenta, él estuvo más cerca de conseguirlo. Creo que este tipo de ayudas pueden ser muy útiles para mucha gente. Creo que los datos son muy claros cuando demuestran que los receptores de estas ayudas no se los gastan en juego, alcohol o cigarrillos. Los datos dicen que los receptores de estas ayudas se las gastan en educación o en poner en marcha su pequeño negocio. Pero, ¿sabes? No nos preocupa si la clase media profesional se gasta el dinero en vino blanco. En realidad, este tipo de ayudas puede marcar la diferencia en el día a día de estas personas. Aun así, la idea más extendida hoy es que eso es suficiente, que no necesitamos vivienda social, atención médica subsidiada, ni un programa universal que ayude a los jubilados, ni un sistema específico para personas dependientes.

Creo que eso exactamente es el neoliberalismo. Decir: ‘te vamos a dar algo de dinero y, ¡buena suerte! Si la cagas, es tu culpa’. Es la idea de dar ayudas y, si la cosa sale bien, pues bien, si la cosa sale mal, te dejan caer por el precipicio. De nuevo, es una forma de recrear ese diagnóstico moral. Creo que es inaceptable. Creo que la ciudadanía es lo suficientemente grande como para darle a la gente una dignidad y una mínima posibilidad económica, más allá de ofrecer dinero en metálico. Sabemos que el libremercado no ofrece ese bienestar mínimo a todo el mundo. El libremercado ha hecho empeorar la atención médica pública. Cuando Nixon intentó aprobar el ingreso mínimo vital fueron los moviemientos a favor del Estado del bienestar los que ‘mataron’ el plan de Nixon.

PREGUNTA. La renta per cápita en Estados Unidos en 2019 era de 65.000 euros anuales. Pocas familias podrían costearse un tratamiento que costase 6.000 euros al mes. ¿Por qué tiene tan mala prensa el sistema público Medicare?

RESPUESTA. Ésta es la pregunta del billón de dólares. Una de las razones por las que me gusta conceder entrevistas a prensa de fuera de Estados Unidos es que hay una serie de preguntas sobre el sistema estadounidense que aquí damos por hecho. Como que tenemos que demostrar que somos aptos para que nos cubra un seguro médico. Para nosotros, el sistema funciona así y nada más. Ésta es la razón por la que empiezo mi libro contando mi caso en vez de empezar por microcomputación. Creo que tenemos la tendencia, cuando hablamos de las nuevas tecnologías, de olvidarnos de todo el pasado y dar por hecho que el futuro, en este sentido, no tiene nada que ver con lo que había antes. Lo que tenemos que entender es también su contexto, de dónde vienen y por qué funcionan como funcionan. En Estados Unidos, a causa de nuestra historia específica de supremacía blanca, en la que la etnia mayoritaria no está cómoda con las minorías ni con que reciban ayudas 'gratis' -aunque no son gratis, porque salen de los impuestos-, con lo que se ha creado un sistema en el que muchos de nosotros hemos aceptado estar infraprotegidos, lo que es, al final, una violación de los Derechos Humanos.

Nuestro sistema está basado en la idea de que lo que nuestro sistema de Seguridad Social debería hacer es una especie de cálculo moral sobre quién merece que le ayuden y quién no merece que le ayuden. Y eso ha sido la decisión política que hemos tomado y que seguimos tomando durante el desarrollo de estos sistemas informáticos. Los sistemas informáticos se construyen con esos valores de supremacía y los reproducen. Tantos de esos sistemas están basados en los diferentes grados de diagnóstico moral, pero que distan mucho de ser como otros sistemas que hay en el mundo en el que hay un suelo mínimo debajo de cada uno y que no hay ninguna decisión vital tuya, sea cual sea, por la que no fueses merecedor de esos mínimos. ¡Es una violación de los derechos humanos! Yo llamo a esto programación social profunda (deep social programming), en la que ya se ha implementado la idea de que hay gente que, simplemente, no merece vivir. ->>Vea más...
 
FUENTE: Con información de Marta Medina - El Confidencial

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