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domingo, 23 de enero de 2022

(Colombia) El cura Pacho (+Opinión)

Por: Enrique Santos Calderón - A su infatigable activismo político (hoy anda repartiendo volantes en las calles) el expresidente Uribe ha decidido añadirle el quehacer periodístico. Publicó hace un mes una columna en El Tiempo y en días pasados otra en Semana sobre Chile, donde en marzo asume el poder Gabriel Boric, quien representa todo lo que Álvaro Uribe aborrece.

No menciona al nuevo mandatario de izquierda pero sí hace crípticas alusiones al riesgo de que ese país pase al “Estado totalitario” y sufra la “supresión de libertades”. El escrito no es modelo de buena prosa porque lo de Álvaro Uribe es el Twitter. El primero que soltó este año fue contra la Comisión de la Verdad y lo que le cuesta al Estado. Pero en los tuits que cada día envía el expresidente sobre temas como austeridad o despilfarro en el gasto público aún nos falta leer alguno sobre los escándalos de contratación o de desaparición de dineros públicos que han sacudido al gobierno de sus afectos. No pretendo que Uribe incorpore verbos como “abudinear” (pegajoso aunque injusto) a su nuevo léxico periodístico, pero brillan por su ausencia las condenas de estos zarpazos al erario.

Prefirió arrancar el 2022 atacando a sus viejos fetiches. En este caso a la Comisión de la Verdad (CV) que preside el padre Francisco de Roux, hombre ecuánime y honesto como pocos. El cura Pacho, como le dicen sus allegados, es un cristiano auténtico que se echó al hombro la ingrata tarea de propagar la causa de la verdad y la reconciliación en un país aún desgarrado por los odios de la guerra.

La Comisión ha escuchado a más de treinta mil personas; se ha reunido con decenas de jefes guerrilleros que han expresado arrepentimiento, con más de trescientos militares que han reconocido responsabilidad y con miles de familias afectadas que han narrado los horrores sufridos. Algunos, muy pocos, de estos testimonios han salido por televisión y todos impactan por la crudeza de sus verdades.

Me parece necesario y terapéutico que el país se entere a fondo de todo lo sucedido. Si no sabemos asumir bien lo que nos ha pasado; si no se conoce, ni se comparte ni se siente el dolor de las centenares de miles de víctimas del conflicto, no se abrirá la puerta de la reconciliación. Y no es que se ignore lo ocurrido: hace décadas los medios nos abruman con la matanza de cada día. De mis recuerdos de niño cuando comencé a ojear prensa aún tengo grabadas las fotografías en El Tiempo y El Espectador de hileras de cadáveres campesinos al lado de las carreteras. Aquí nadie puede desconocer lo que ha pasado. Lo que se produce, pienso, es un mecanismo de “negación”, una suerte de escapismo: todos sabemos del horror pero preferimos rehuir la tragedia.

El gran reto de la CV arranca por su nombre. A muchos no les gusta la verdad, no les interesa que se escuche o quieren que sea la propia. ¿Y cuántas verdades puede haber en un conflicto tan largo, complejo y degradado como el colombiano? No hay en América un país con tan larga tradición de una violencia política que se recicla sin cesar. Otro desafío es que la Comisión actúa en medio de un conflicto aún vivo y de una sociedad dividida por el tema de la paz, lo que conlleva el riesgo de que sus conclusiones destapen heridas en lugar de cauterizarlas. Las comisiones que han operado en otros lugares (Suráfrica, Cono Sur, Centroamérica…) lo han hecho una vez terminadas las guerras o dictaduras en sus territorios. Simbolizan un cierre real y marcan un antes y un después, como lo ha explicado Eduardo Pizarro. ->>Vea más...

FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles

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