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domingo, 3 de abril de 2022

(Colombia) Razones para no votar por Fico (+Opinión)

Por: Daniel Samper Ospina - Envejecer es aprender a celebrar los modestos placeres de la vida y no existe ninguno más importante que la dicha de no salir de noche: la dicha de ponerse la piyama, enfundarse en las cobijas, sintonizar CMI y cabecear más que Falcao García a lo largo de la emisión. No hay placer mayor. No hay dicha más grande. Uno cruza la sección final -los secretos de Adriana Tono- como quien cruza la meta en una carrera y se entrega a los brazos de Morfeo como Fico Gutiérrez a los de Uribe: casi sin darse cuenta. Delicioso.

Por eso entendí tardíamente que había cometido un gravísimo error al aceptar asistir a una comida -¡entre semana!- a la casa de unos amigos de unos amigos de unos amigos, como mi esposa lo pidió.

-- Nunca salimos a ninguna parte -me dijo.
-- Pero ni siquiera sabemos quiénes son…
-- ¿Y? 
-- Y tengo miedo de que se burlen de mi pelo: tú nunca has sido capaz de defenderme de quienes se burlan de mi triste condición -le recriminé.
-- ¿Te refieres a tu condición de ser periodista?
-- A mi condición de capilar, a mis fonículos pilosos: ¡cuánto daría porque estuvieras dispuesta a pegarle una cachetada a lo Will Smith a quien me vuelva a gritar en la calle que debería reemplazar al profe Vélez, por lo calvo!
-- ¿Quién es el profe Vélez? -preguntó impasible.
-- ¡Saca su nombre de tu cochina boca! -le pedí.

Las comidas, al menos en Bogotá, vienen envueltas en unos rituales extraños que nunca he podido entender. El más absurdo de ellos es lo que he denominado “el tour del propietario”.

Consiste en que el anfitrión muestra la casa a sus invitados como si fuera un agente inmobiliario que la ofrece. En determinado momento dado la anfitriona suelta una frase tipo “pero vengan les muestro la casa” y se lanza a presidir la ruta mientras el grupo de comensales marcha detrás de ella elogiando lo que le muestren: la cocina, el cuarto de los niños, la habitación principal.

He estado en reuniones en apartamentos muy chiquitos en que, de todos modos, el anfitrión insiste en hacer la ruta: nos apiñamos 80 personas en una cocina integral diminuta, entramos por turnos a conocer el cuarto principal, creamos un sistema de intervalos para subir a conocer el altillo “donde oye música Jorge”, y regresamos a la sala media hora después, lanzando elogios hipócritas, generalmente apoyados en eufemismos: en lugar de decir que el sitio es infernalmente enano, uno dice que el apartamento es acogedor; en vez de decir que la decoración parece asesorada por Abelardo de la Espriella, uno afirma que todo es muy auténtico. 

En uno de los cuartos siempre yace en la cama un adolescente que, sin desconectarse de su aparato tecnológico, hace mala cara y no saluda, a pesar de la insistencia de los papás. Un calzón se seca en la llave de la ducha. Y uno sabe qué tan lagarto ha sido el anfitrión según las fotos que tenga con altos dignatarios: si en alguna aparece con el Papa, o exhibe portarretratos con fotografía autografiada por alguna ex presidente, se confirma la sospecha. 

¿Por qué piensan que a uno le puede interesar conocer la casa? ¿Por qué, puestos en esas, no muestran también el carro, el depósito? ¿Qué quieren que uno elogie? ¿Los calzones que estaban colgados en la ducha? Invitaron a comer. ¿Por qué no sirven en lugar de estar mostrando “el sitio donde Jorge oye música”?

Nunca lo he entendido, y tampoco he entendido todo lo demás: que sirvan al filo de la media noche, cuando ya nadie sabe si tiene hambre; que procuren a lo largo de toda la jornada que uno se emborrache y que, más indignante aun, no lo consigan. Y que a la salida, ya fuera de la casa, mientras uno conversa de forma cómplice en la calle con los demás invitados, alguien se pregunte de mala leche de dónde habrán sacado los anfitriones tanto dinero, si acaso lavan plata.

La comida de aquella vez, además, vino con un asunto extra: hablar de las elecciones. El anfitrión se llamaba Hernán, era abogado y después de señalar, como si fuera Reinaldo Rueda, en cuál posición se sentaba cada uno, puso el tema de manera obsesiva y amenazante.

-- Qué vaina: tocó votar por Fico -se quejó. 
-- Sí, porque si no se nos sube Petro -dijo su mujer, mientras hacía cicular el charol de plata con rebanadas de un lomo crudo en el centro, como si se tratara de una alegoría a Fajardo, pero quemado en una punta: acaso como un homenaje involuntario a Zuluaguita. 
-- Si Petro sube -volvió al ataque el señor de la casa-, ahí sí agárrese: comienza a expropiar por toda esta zona… 

Pensé en expropiarle el pedazo de lomo que se acaba de servir, a todas luces el mejor porque, a semejanza de Fajardo, venía sin nervios. Pero no me fue posible: se lo agarró él.

Hernán pontificaba mientras yo me sentía fuera de lugar y solo quería un pedazo de lomo. Solo eso. Pero para mi desgracia la bandeja estaba en el otro extremo de la mesa mientras yo, en el centro, me sentía inmóvil, incapaz de alcanzarla. La alegoría no podía ser más triste. ->>Vea más...
 
FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles

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