Por: Daniel Samper Ospina - El rumor de que el presidente Duque contemplaba mi nombre para otorgar una medalla me llegó a comienzos de la semana, cuando hacía fila en una casa de cambio. Quería convertir a pesos el dólar de la suerte que guardo desde hace dos décadas en mi vieja billetera para invertir —una parte— en finca raíz y utilizar —la restante— en un viaje con la familia a Cartagena, a Playa Blanca, donde según las noticias a un turista le regalaron una ostra y después le cobraron 110 mil de servicio: como dos centavos de dólar. Una miseria. Soñaba con pagarlos sin siquiera chistar.
—¿Usted no es el periodista al que el presidente le va a poner una medalla? —me dijo el señor que estaba detrás en la fila.
—¿Perdón?
—Sí, sí: ¿el señor es periodista? —insistió.
—Sí —le respondí con timidez.
—De los polémicos, ¿verdad?
—No sé a qué se refiere —respondí ofendido.
—¡Sí es usted! ¡Lo felicito por la condecoración!
En un primer momento supuse que aquel hombre estaba equivocado, pero a los pocos minutos lo pensé dos veces y llegué a la conclusión de que podía ser cierto. Así viaja la información en estas épocas: los protagonistas son —somos— los últimos en enterarnos de las novedades que tienen que ver con nosotros. Quizás en ese momento el doctor Víctor Muñoz estuviera oficializado el trámite (y el presidente firmando el decreto con marcador grueso) sin que yo lo supiera.
El rumor no era inverosímil. Por un lado, me sentía merecedor de la distinción por mi trabajo sin descanso por exaltar la obra del Gobierno. Por el otro, el presidente lleva dos semanas condecorando a cuanta persona se le venga a la cabeza, acaso para mitigar la nostalgia que le produce dejar el poder. Hace poco colgó en el pecho del fiscal Jaimes la medalla al mérito Enrique Low Mutra; y hace diez días ordenó ora distinción para la representante Jennifer Arias, y otra más para Carlos Felipe Mejía, a quien impusieron la cruz al mérito de Mejor Congresista con Aspecto de Púgil de Lucha Libre en la categoría de Blue Demon. En el acto agradeció el gesto sometiendo con una llave doble Nelson al propio presidente, que recibió el gesto con humor.
Era perfectamente posible, entonces, que mientras yo aguardaba pacientemente en la fila de la casa de cambio, la doctora María Paula Correa se encontrara buscando mi teléfono para citarme en el Salón de los Gobelinos. En tal caso, invertiría parte de los pesos que pensaba comprar en un vestido para mí, marca Arturo Calle, y una cartera para mi mujer, ojalá de Mario Hernández; y prepararía unas emotivas palabras para agradecer el detallazo presidencial en las que dejaría claro que mis elogios al Gobierno jamás fueron en clave de ironía. Fueron siempre porque así lo querí.
Mientras la fila avanzaba, redacté en el celular un breve discurso de aceptación, por si las moscas:
“Apreciado señor presidente:
Es para mí motivo de orgullo recibir la medalla “Hassan Nassar” en la categoría de Diamante en bruto por el periodismo constructivo con que narro al país los aciertos de su gobierno de la equidad.
El periodismo ha de ser consejero del poder o no ha de ser periodismo; ha de amplificar los logros presidenciales, mas no ensañarse mezquino con los mínimos errores que el mandatario pueda cometer: ¡ay de la prensa que se yergue como el heraldo negro del acierto oficial! ¡Ay del comunicador que incendia con la luminosa tea de la Verdad al líder nos guía por los senderos oscuros de la patria y prende fuego a la obra de un gobierno que nos ha llenado de dignidad, de alegría; de contratos! Gracias, presidente, por conferirme el honor de llevar en el pecho esta medalla brillante, como el cráneo de quien la recibe. Dios los bendiga a usted. Y a la doctora María Paula”.
Soñaba, además, que el evento fuera narrado por William Vinasco Ch; y que, como gesto final para con mi persona, se me entregara uno de los pasaportes diplomáticos con que el presidente está premiando a sus amigos. ->>Vea más...
FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles