
“Puta, puta, puta y la reputísima concha de su madre, ¿pero quién se cree que es la gringa esta?”. La gringa esa es Ava Gardner y la mujer que la increpa, Isabelita Perón, según una escena de ‘Arde Madrid’, exitosa serie de Paco León que fantasea con un hecho histórico: Ava Gardner fue vecina de los Perón -calle Doctor Arce- en el Madrid de los sesenta. La gringa díscola que perturbaba el sueño de sus sobrios vecinos argentinos. Lo que no sabía entonces la diva fiestera era que los Perón harían en su siguiente domicilio -mansión en el residencial de alto standing de Puerta de Hierro- cosas más raras y salvajes de las que ella nunca pudo imaginar… Los Perón sí que iban a quemar Madrid.
Evita Perón murió en 1952, cuando su marido era aún presidente de Argentina. Tres años después, el general fue derrocado por un golpe palaciego militar. Los golpistas secuestraron la momia de Evita para evitar cultos revolucionarios. El cadáver acabó en Italia. Perón la reclamó durante años desde su exilio madrileño. En septiembre de 1971, el cadáver de Evita llegó a la mansión de Puerta de Hierro -la quinta 17 de octubre- donde vivían los Perón junto a un ex policía reconvertido en chico para todo, José López Rega, conocido como ‘el Brujo’, mayordomo, secretario, asesor espiritual… e instigador de oscuras ceremonias con la momia de Evita…
1) “Isabelita ayudó a cambiarle la ropa al cadáver [de Evita] y a colocarla en una mesa cubierta con una sábana blanca ubicada en el primer piso… López Rega insistía a Isabel que la presencia del cadáver la ayudaría a afirmar su personalidad, para que pudiera valerse por sí sola cuando el general [Perón] no estuviera. Ésa era la misión que él se había impuesto desde que la conoció en 1965: lograr que Isabel tuviera una personalidad avasalladora, como la de Evita. Para que Isabel adquiriera el espíritu de Evita… debía desconectarse de la persona que era, dejar de ser ella misma, y ese vacío sería ocupado por el espíritu de Eva. Ella iba a apoderarse de su cuerpo, obraría a través suyo y guiaría sus acciones”.
2) “López Rega comenzó a realizar los ejercicios de transferencia del espíritu. Subían a la habitación, Isabel se acostaba sobre una larga mesa, cabeza a cabeza con Eva, y el secretario iniciaba los pases mágicos... Uno de los primeros que difundió la noticia de la transferencia del espíritu de Evita a Isabel fue Jorge Paladino. Cuando volvió a Buenos Aires, dijo haber visto una sesión de magia negra una noche en que subió al primer piso. El espectáculo lo paralizó”.
Lo cuenta el periodista e historiador Marcelo Larraquy en un ensayo recién publicado en Argentina: ‘López Rega: el peronismo y la Triple A’, versión actualizada de su clásica biografía del ‘Brujo’ Rega.
Para completar el trampantojo, ‘el Brujo’ pidió a Isabelita que imitara el peinado de Evita. Por aquel entonces, Perón aún trataba a Rega como un simple sirviente, un secretario cargante de su esposa, pero al ‘Brujo’ le guiaba ya una gran seguridad en sí mismo como figura carismática. “Yo soy Mahoma, Buda, Cristo. Un ser excepcional… Por eso Perón va a hacer lo que yo quiera”, dijo esos años al empresario peronista Carlos Spadone. ¿Se le iba la cabeza a López Rega? Spadone pensaba que sí, pero la profecía del ‘Brujo’ -acabaré moviendo los hilos del peronismo- iba a acabar quedándose corta…
Para empezar, Isabelita creía en López Rega. “Isabel podía encontrar en su secretario a un mago que, con el dominio de las fuerzas ocultas y su inspiración divina, podría protegerla espiritualmente y ayudarla a controlar todo lo que para ella resultaba incontrolable: su ansiedad, su inseguridad y, sobre todo, al hombre que tenía a su lado. Advertida de que el conductor [Perón] estaba perdiendo magia en sus actos y se desecaba como un árbol viejo en el exilio, comenzó a creer que López Rega, como el profeta Daniel, con sus poderes extraordinarios, lo ayudaría a corregir el rumbo y permitiría al matrimonio retomar la senda de su propio destino frente al pueblo argentino”, escribe Larraquy.
La segunda como farsa
Karl Marx no era un profeta, pero cuando dijo que la Historia se repite dos veces, primero como tragedia, y luego como farsa, parecía estar pensando en Juan Domingo Perón, cuyo segundo ciclo presidencial en los años setenta -tras los logros sociales de su presidencia a finales de los cuarenta- iba a acabar como el rosario de la aurora...
El 11 de marzo de 1973, Héctor José Cámpora, candidato de Perón, ganó las primeras elecciones generales en Argentina tras un oscuro periodo dictatorial. Perón regresó al poco del exilio. Horas después de su llegada, el frente ideológico amplio que había batallado por su vuelta saltó por los aires. La lucha entre facciones peronistas por monopolizar la escenografía del regreso acabó en masacre, al menos 13 izquierdistas muertos en una encerrona del ala derecha del movimiento, en un anticipo de la sangría que estaba por venir. Era el primer gran escarceo de la guerra civil entre la derecha y la izquierda peronista. Tantos años esperando al Mesías, y en cuanto pisó suelo patrio, se armó la madre de todos los quilombos. ¿Qué estaba pasado?
La capacidad del peronismo para aglutinar ideologías e intereses dispares es asombrosa. Eso sí, cuando las contradicciones internas revientan, lo hacen a lo bestia. El Perón del exilio había ido acumulando fuerzas antagónicas en base a su enorme legitimidad política pasada, diciendo a todo el mundo lo que quería oír, sin resolver los conflictos que podían presentarse cuando volviera al poder.
“Las contradicciones ideológicas en el seno del Movimiento ya no tenían retorno. La ilusión de la unidad ante el regreso de Perón había estallado en pedazos… Después de tantos años de exilio, en los que pudo conducir al Movimiento con cartas y grabaciones, cuando Perón bajó a la tierra -y aterrizó en la Argentina- fue perdiendo su condición de Padre Eterno. Sus fieles, que peleaban entre sí, ahora que lo tenían a mano empezaban a presionarlo para que los bendijera. El Gran Conductor ya no podía armonizar las disidencias internas. Tampoco le restaba tiempo ni salud para hacerlo… Desde el mismo día de la asunción, el General vivió agobiado por las presiones. Había contraído muchos compromisos, algunos de ellos contrapuestos, para volver a la Argentina. Y había perdido el control de las fuerzas de izquierda y derecha del Movimiento, que empezaban a imponer a tiros sus opiniones”, asegura Larraquy.
Para colmo, Perón llegó enfermo de Madrid, lo que no le impidió ganar las nuevas elecciones (62% del voto) al frente del Partido Justicialista y asumir como presidente el 12 de octubre de 1973. Con Isabelita de vicepresidenta y López Rega de ministro de Bienestar Social, fontanero para todo y habitación en la residencia oficial. El triunfo del ticket Perón/Perón fue recibido al grito de: “Perón, Evita, ahora Isabelita”.
El general tomó partido por el ala derecha del movimiento. El contexto no era el más propicio para la izquierda peronista (Montoneros y compañía) que reclamaba un giro hacia el socialismo: Pinochet acababa de tumbar a Allende (11 de septiembre de 1973), la izquierda revolucionaria estaba en repliegue en todo el continente, las dictaduras militares eran tendencia y el neoliberalismo enseñaba la patita.
La izquierda peronista empezó a revolverse contra Perón: “Evita hay una sola”. “¿Qué pasa general, que está lleno de gorilas el gobierno popular”, gritaban los montoneros en la Plaza de Mayo mientras Perón se dirigía a las masas desde el balcón de la Casa Rosada.
Perón murió el 1 de julio de 1974. Lo último que presenció en vida fue, ¡ay!, una performance ‘médica’ de López Rega:
“Cuando la muerte clínica ya era un hecho, intercedió López Rega. Despejó a los médicos de alrededor de la cama. Era su momento. ‘El general ya murió en una ocasión y yo lo resucité’- advirtió. Lo tomó de los tobillos. Entrecerró los ojos y, con pronunciación monótona y ritmo constante, balbuceó unos mantras, en su intento de alcanzar armonía con lo divino. Hasta que gritó: ‘¡No te vayas, Faraón!’ -al mismo tiempo que sacudía las piernas muertas del general. Al cabo de febriles intentos por volverlo a la vida, se resignó: ‘El Gran Faraón no responde a mis esfuerzos por retenerlo acá en la Tierra. Debo desistir’”, se lee en el libro.
Perón dejó su sucesión en manos de, ejem, Isabelita. Pudo más el verticalismo justicialista y los equilibrios internos que las dudas sobre su idoneidad para el cargo. López Rega era el nuevo hombre fuerte del país. Ya era oficial: el mayordomo de Puerta de Hierro se había convertido en el Rasputín argentino.
La triple A
Cuando murió Perón, ‘el Brujo’ se instaló en el dormitorio del general, entre rumores de una relación sentimental con la presidenta, que Isabelita desmintió ante la plana mayor de su gobierno. López Rega iba cuesta abajo y sin frenos: “Inició una nueva escalada por la concentración del poder. Su objetivo fue apuntalar la personalidad de Isabel, ayudarla a que se aferrara al poder, ahora en su rol de presidenta y, por último, a través de ella, dominar la Argentina… Para hacer más efectivo -e ilustrativo- su dominio sobre la presidenta, López Rega instaló su escritorio en el hall que conducía al despacho presidencial… Se plantó ahí como si fuese un recepcionista que autorizaba o negaba el ingreso de las personas que deseaban ver a Isabel… Estaba convencido de que el espíritu del general se había encarnado en su persona… Se sentía espiritualmente reconfortado: todas sus predicciones se habían cumplido. Al cabo de nueve años de intensa y paciente labor, atendiendo el tránsito planetario y el ordenamiento cósmico, había convertido a Isabelita en presidenta. Y ahora le competía salvar a la Argentina… Creía que el obstáculo para la realización de su misión seguía siendo ‘la infiltración marxista’, apunta Larraquy.
‘El Brujo’ instigó la creación de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), escuadrones de extrema derecha dedicados a atentar contra Montoneros y subversivos. El Estado dentro del Estado. Los primeros atentados de la Triple A llegaron en vida de Perón. Lo que empezó siendo un operativo paraestatal para eliminar guerrilleros, se acabó extendiendo sin ton ni son a todo lo que oliera a izquierdista. La represión se recrudeció tanto esos meses -se habla de 2.000 muertos en dos años- que varias personalidades se exiliaron por las amenazas de la Triple A, como Hector Alterio, Mario Benedetti o Tomás Eloy Martínez. ->>Vea más...
FUENTE: Con información de CARLOS PRIETO - https://www.elconfidencial.com