07.00
Una ducha. En su baño, ese al que ya solo pasa Jorge. Ya no hay posibilidad de compartirlo, bajo ninguna circunstancia, con Elena, su pareja, también médica y ahora de baja por maternidad. Hace algo menos de un año nació Miguel. “Después toca vestirse y poner la correa a Mika”, una perra labrador que “no entiende de cuarentenas ni aislamientos”. Un desayuno, una despedida desde el quicio de la puerta a su familia. “Y al coche, al hospital, otro día”. Ahora sin atascos ni cláxones pitando cada tres minutos.
08.00
Pacientes, por todas partes. Pacientes, gente, más pacientes. Es lo que encuentra al llegar al hospital: “Y cada vez más”. Cuando entra a la zona de UCI recuerda cómo era la primera hora de la jornada solo un par de semanas antes: “Nos reuníamos todo el equipo, unas 25 personas, para hacer el pase de guardia. Es decir, quienes han estado de guardia por la noche y los que entramos por la mañana nos juntamos y vemos cómo ha ido, la situación en ese momento y cómo nos repartimos, solíamos estar unos 20 minutos”. Ya no. Ahora duran el doble porque entran y salen de la sala para hablar con el jefe de servicio en grupos de cinco. Se acabaron las reuniones conjuntas. Todo más concreto, más rápido.
09.00
Comienza la contrarreloj: “Cuantos más pacientes hay, más se extiende la zona de UCI, caminamos ahora a más sitios del hospital, ocupamos más espacio y nos quedamos antes sin material, sin camas”. Su unidad ha doblado en la última semana las plazas para críticos, pero solo cuentan con un intensivista más. Mismo equipo para un trabajo que se multiplica. A ello también contribuye la dificultad de trabajar con los EPI, los equipos de protección individual, que en su unidad todavía no han faltado aunque temen que lo haga pronto. Ellos, por si acaso, han empezado a optimizar.
FUENTE: Con información de ISABEL VALDÉS - El País