Por: Hernando Gómez Buendía - Explicación resumida de la crisis que sacude a Colombia, de las acciones y las reacciones de sus protagonistas, de las salidas probables y las consecuencias que tendrá para el país. Análisis de Razón Pública.
Una sola estupidez y tres preguntas
La explicación de lo que está pasando es muy sencilla: el presidente de Colombia es el único de América Latina —y es el único gobernante del mundo— a quién se le ocurrió subir los impuestos en medio de la crisis social más grande que ha vivido el planeta en un siglo —y la peor que ha tenido Colombia en su historia—.
A partir de ese autogol monumental, las preguntas que quedan son igualmente obvias:
- ¿Por qué Duque decidió proponer un alza en los impuestos?
- ¿Por qué la gente y los distintos actores o sectores reaccionaron como han reaccionado?, y
- ¿Cómo saldremos de esta turbulencia?
1. ¿Por qué subir los impuestos?
La explicación del ahora exministro Carrasquilla es que el déficit fiscal se había vuelto insostenible a raíz de la pandemia. Ese déficit inevitablemente implicaría que Colombia pierda su grado de inversión, es decir, que se produzca el ciclo conocido de mayor deuda externa, inflación, devaluación y fuga de capitales.
Es un temor perfectamente razonable, y es lo que pensaría un ministro de Hacienda en épocas normales.
Por eso, después de mucha dudas y demoras, el gobierno presentó su proyecto de “Solidaridad Sostenible” cuyos 163 artículos tocaban los bolsillos de muchos colombianos de estratos 2 a 4 y al mismo tiempo prorrogaban la vigencia de los subsidios sociales que se habían adoptado a raíz de la pandemia.
“Necesitamos plata para seguir ayudando a los más golpeados por esta horrible crisis”: esta fue la justificación del gobierno y por eso el nombre —”solidaridad sostenible”— del proyecto.
Dudoso y mentiroso
Antes de examinar las reacciones de la gente, conviene despejar dos cuestiones económicas que vienen muy al caso:
-La idea ortodoxa de que el déficit fiscal significa inflación y eventual crisis cambiaria no es compartida por otras escuelas económicas, en especial la keynesiana y la “teoría monetaria moderna”. Más todavía: a raíz de la pandemia, los gobiernos de todos los países han aumentado el gasto en grandes proporciones, y no es claro que hoy valgan los temores habituales de que el déficit (a) cause inflación (porque no hay quien compre o demande las cosas), y/o (b) haga huir los capitales (¿para dónde se irían?).
Dicho de modo más simple: este no es el momento de la ortodoxia económica, y ninguno de los países industrializados está siendo ortodoxo. Colombia en cambio ha sido víctima de tres cosas: Su tradición de buen deudor y seguidor del Fondo Monetario Internacional (FMI); la Constitución de 1991, que se hizo para prohibir que el Banco de la República financie el gasto público, y la ideología o rigidez del ministro Carrasquilla, su discípulo Duque, la Junta Directiva del Banco de la República y el equipo de gobierno en su conjunto.
Lo de subir los impuestos para atender la pandemia era una mentira del ahora exministro. La verdad era otra:
- El hueco fiscal no se debe a la pandemia sino a que Uribe y sus ministros (Carrasquilla incluido) habían casi duplicado el gasto público gracias a la bonanza petrolera. Pues la bonanza se acabó en 2014 y la Nación dejó de recibir casi el 30% de sus ingresos: este es el hueco.
- Y sin embargo la reforma tributaria de Duque/Carrasquilla del 2019 disminuyó los ingresos del Estado. Las exenciones para empresas aumentaron en 8,2 billones, y el propio Min-Hacienda calculó que la carga tributaria bajaría del 16,6% del PIB en 2019 a 15,7% en 2030.
- Nuestro Estado tacaño ha destinado apenas un 2,8% del PIB a la pandemia, mientras que Estados Unidos, por ejemplo, ha dedicado un 24,8% (datos del FMI).
- Casi la mitad de ese 2,8% no es gasto sino un seguro de crédito para la banca privada. Y del restante 1,5%, más de la mitad resultó del manotazo que Carrasquilla les dio a los Fondos Regionales en mitad de una pandemia (primer decreto de Emergencia Económica).
2. Reaccionan los actores y sectores
La estupidez de Duque y la mentira del ministro produjeron las respuestas perfectamente previsibles de las fuerzas que en Colombia se llaman fuerzas vivas, a saber:
-Primero los políticos que, en vísperas de elecciones, tendrían que estar locos para subir los impuestos de la gente. El jefe Uribe regañó a Duque y añadió con razón que el Centro Democrático sería el primer perjudicado. Este partido y sus socios gobiernistas sugirieron “ajustes” que destruían el proyecto, la oposición aprovechó el papayazo, y el Congreso al unísono se negó a tramitarlo. La reforma tributaria nació muerta.
-Pero la gente ya estaba indignada por todos los males, frustraciones e injusticias reales más las percibidas que son la historia pasada y reciente de Colombia. Súmele a eso las muertes por COVID, el encierro, el desempleo, la pobreza, la desigualdad, la incertidumbre y la desesperanza de estos doce meses, para llevar la olla de presión al paroxismo. Y añada un presidente pirómano que se le ocurre poner más impuestos.
-En las calles ocurrió lo que tenía que ocurrir. Ríos de gente buena con camisetas, pancartas, música y gestores que organizan el desfile y previenen la violencia, mujeres y hombres que marchan porque están hasta el cogote, porque ven marchar a otros y porque quieren ejercer el más elemental de los derechos en una democracia. Protestan contra una situación intolerable, aunque sus exigencias concretas vayan desde la renta mínima hasta la defensa de los animales, desde la matrícula gratis hasta la reducción del tamaño del Congreso, desde la vacuna inmediata hasta la reapertura de los bares, desde permitir los mototaxis hasta la renuncia del presidente Duque (aunque no noten que Marta Lucía sería su reemplazo).
-Los sindicatos y el Comité del Paro que se había autonombrado en 2019 salieron a la calle y sacaron pecho por tumbar una reforma que había nacido muerta. Después tejieron con babas un pliego de peticiones cuyo costo los gremios por supuesto “calcularon” en 81 billones de pesos (unas cuatro reformas tributarias) y que consta de demandas tan sencillas como “6. No discriminación de género, diversidad sexual y étnica” (que de paso y, además, es lo que manda la Carta desde 1991).
-En las calles también ocurrieron las otras cosas que tenía que ocurrir. Muchachos entre 15 y 25 años llenos de rabia y de hormonas, los jóvenes sin dinero y sin futuro de todas las ciudades y los pueblos que lanzan piedras contra los policías. Los “vándalos” movidos por ideologías lunáticas que hay tantas, los hambrientos que se suman al saqueo, los comerciantes que se arman para defenderse, los que incendian buses, los pedazos de guerrilla que subsisten, más los GAO, los hampones de todos los pelambres y los que piensan que la revolución se hace incendiando estaciones o quemando policías.
-La policía antimotines en todas partes del mundo usa y usará la fuerza bruta, más todavía cuando la nuestra es una Policía militarizada y endurecida por medio siglo de “conflicto interno”, cuando todos los presidentes de Colombia se han puesto el uniforme en lugar de dirigir la Fuerza Pública, cuando Duque tiene además instintos de derecha, cuando Uribe lo aúpa, cuando los policías también están hasta el cogote tras un año de pandemia, cuando les tiran piedra o los patean o tratan de matarlos, cuando el fiscal, la procuradora y el defensor del pueblo son fichas de Duque, cuando el Congreso no ejerce su control político y las Cortes se alinean con el presidente. Dos docenas de muertos (según parece) algunos en condiciones de indefensión o alevosía que los hace del todo repugnantes: es la noticia mundial desde Colombia. ->>Vea más...
FUENTE: Con información de Hernando Gómez Buendía - El Espectador