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martes, 3 de agosto de 2021

(Colombia) Medallas de lo peor (+Opinión)

Por: Daniel Samper Pizano -
Pongámonos en modo olímpico. Tres finalistas se disputan las medallas de los elementos más destructivos del planeta: la naturaleza desatada, el covid-19 y los gobernantes mundiales. La semana pasada parecía que el desborde ambiental, con sus incendios e inundaciones, podría ganar la medalla de oro; el covid, omnipresente, la de plata; y el bronce, los gobernantes. Pero lo sucedido los últimos días marca un veloz repunte de los líderes, cuyas contradicciones, injusticias, necedades, errores y maniobras políticas los trepan a lo más alto del podio.

Desconcertados por la fulgurante aparición de la variante delta en la peste ecuménica, los mandatarios de cuyas decisiones depende el universo parecen pollos sin cabeza. Francia cierra; abre España; Italia cierra por las mañanas y abre por las tardes; Biden aprieta los ojitos desconcertado; Alemania medita; Inglaterra pide a los británicos que pasen vacaciones en otras playas; Túnez se corona capital africana del virus; Israel amaina su arrogante optimismo; Rusia tose y persigue periodistas.

Desde que vimos los rulos en forma de chupos del microscópico monstruo un clamor general pidió que el mundo lo enfrentara unido. Idea buena, pero utópica. La crisis de liderazgo no se reduce a los Estados Unidos de Trump, la Inglaterra de Johnson, el Brasil de Bolsonaro, las Filipinas de Duterte, el Perú del hombre de sombrero y la Polombia de Duque. Pronto se demostró que la solidaridad internacional es una mentira: la realidad era un patio de países aislados y desquiciados. Cada uno daba su propia pelea sin pensar en los demás. Resultó obsceno. No regían las leyes de la ONU sino las de la selva, y en esos casos el león siempre gana. En cuestión de horas los países ricos se apoderaron de la mayoría de las vacunas y el resto del planeta tuvo que arreglárselas con moronas. A este máximo agravio siguieron otros. El más perjudicial, sacrificar la salud por una libertad mal controlada que acababa aportando más enfermos y más muertos. Algunos políticos izaron la bandera de dejar hacer; su carrera dio un vuelco favorable para ellos y nefasto para la sociedad.

Como la incertidumbre y la sorpresa son los dos soportes de la alocada lucha contra la pandemia, no hay que extrañarse de ninguna ocurrencia. Hace cinco días, el gobierno de España prohibió, salvo contadas excepciones, el desembarco de colombianos, argentinos, bolivianos y namibios. Era difícil entender por qué un país donde solo se registraba un contagio delta a mediados de julio quedaba señalado como transmisor ultramarino de la plaga. Acepto que no hemos sido un modelo para nadie, pero tampoco un asilo de apestosos. El embajador de Colombia ofreció la clave: se prohibía de manera indiscriminada el arribo de colombianos porque las autoridades sanitarias madrileñas pillaron pruebas chimbas de salud entre algunos inmigrantes de Bogotá.

Pongámonos serios. En vez de cerrar las puertas a miles de colombianos de bien (estudiantes, turistas, familiares de residentes, empresarios) por unos cuantos papeles falsos, ¿lo pertinente no era apresar a los criminales? ¿Con qué derecho equiparan a todos los viajeros con los delincuentes y les aplican medidas de tufillo levemente imperialista? A Colombia llegaron en una época varios curas españoles guerrilleros, pero nadie sensato pidió castigar a todos los ciudadanos de España. Ni siquiera a todos los misioneros. Y, hablando de documentos y certificados, reconozco que el carné de vacunación que expide el gobierno nacional es un chiste: sin sellos, números ni códigos y escrito a mano, parece obra para colorear de un alumno de primaria. No consta en registro internacional alguno y compite en respetabilidad con un vale por dos cervezas gratuitas en una salsoteca. Pero es lo que nos dan, y la norma general de derecho dice que no corresponde al ciudadano probar que un papel es genuino, sino a las autoridades demostrar que no lo es.

A todo lo anterior se suma un obstáculo más: unos sufren porque no les llega la vacuna y otros deciden no vacunarse porque, en su acalorada imaginación, caen bajo el control de Bill Gates o les insertan un chip comunista que licúa el cerebro. Pongámonos filosóficos. Hay partidarios de la libertad absoluta de elegir: que quien no quiera vacunarse no se vacune. Mas no es esta una opción personal libre de efectos sociales. Todo lo contrario: el que no se vacuna contagia y mata a personas inocentes que no pudieron inocularse. No hablamos de la vacuna contra la papilonga, que jode al que no se la ponga. Hablamos de la que detiene el mal. Un amigo mío no se deja pinchar porque, dice, no cree en vacunas. Querido Pepe: yo no creo en los semáforos ni en pagar impuestos; pero si violo la luz roja u oculto mis ganancias puedo mandar a alguien a la enfermería o acabar en la cárcel. Por eso considero sensato que el Estado presione y acorrale a los negacionistas en nombre del bien común. ->>Vea más...
 
FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles

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