Por Daniel Samper Pizano - Una mirada de reojo al vecindario de Colombia obliga a repasar el rocambolesco partido de hace quince días entre las selecciones de fútbol de Argentina y Brasil. Recordarán ustedes que un escuadrón de agentes oficiales brasileños entró al estadio de Sao Paulo, interrumpió el juego y acusó a cuatro jugadores rivales de violar las normas sanitarias domésticas. El partido se canceló y los visitantes huyeron a Buenos Aires.
“¡Uy, qué delicia ser Trump o Bolsonaro!”
María Fernanda Cabal
La oposición señala al presidente Jair Bolsonaro como propiciador del escándalo. Hay antecedentes. Hace dos años Brasil venció a Argentina en Belo Horizonte con la posible ayuda de los guardaespaldas de Bolsonaro, allí presente. Se acusó a los escoltas de interferir las comunicaciones wifi de los árbitros, y los argentinos hablaron de robo del partido. Pero no quiero irme por las apasionantes ramas de fútbol, porque después no hay quien me baje. Solo pretendo señalar que el incidente que obligó a cancelar el encuentro es parte de una guerra. Pero no la que vegeta y a veces estalla entre los dos poderosos vecinos desde el siglo XVII. Ahora el combate es entre Bolsonaro y el pueblo brasileño, que lo repudia mayoritariamente. Según encuestas, el 60 por ciento de los ciudadanos no votaría bajo ninguna circunstancia por él en 2022. Este personaje tenebroso, que fue capitán del ejército torturador, ganó la presidencia en enero de 2019 merced a sus desplantes populistas y a la infame persecución a Lula da Silva y otros rivales. Ahora busca con desespero la reelección, y ciertos observadores, como el economista Paulo Nogueira Batista Jr., escriben que “cada vez más aislado, podría ser que ni siquiera terminara su mandato”.
Algunos analistas piensan que Bolsonaro y las fuerzas armadas planean un cuartelazo para conservar la presidencia. Hace poco ciento cincuenta políticos y personalidades mundiales alertaron acerca de una posible “insurrección” de Bolsonaro contra lo que queda de democracia con miras a atornillarse en el poder. “El pueblo brasileño —dicen en una carta— ha luchado durante décadas para proteger la democracia contra un régimen militar. Bolsonaro no puede robarla ahora”.
Los colombianos somos muy raros. Nos une una frontera de 1.650 kilómetros con ese gigante maravilloso que es el Brasil, y le prestamos poca atención. Tenemos nociones de lo que ocurre en Kabul, de los problemas del exrey español, de los ataques judiciales al aborto en Texas y de los 24 años que le lleva al presidente de Francia su señora esposa. Pero pocos están enterados de la guerra electoral entre el populismo machista de Bolsonaro y la oposición. Hace una semana el extravagante exoficial organizó marchas multitudinarias contra la Corte Suprema de Justicia, enderezadas a echar de sus cargos a los magistrados que no se tragan sus violaciones de la ley, mientras sus partidarios regaban falsas alertas sobre trampas electorales en su contra. ¿Les suena conocido? Por supuesto que sí. Es la aplicación tropical de la cartilla de la ultraderecha gringa, a cargo de la burda imitación carioca de Trump. Ni siquiera faltó una versión local de aquel sujeto ataviado con pieles y cuernos de bisonte que asaltó el capitolio de Washington. ->>Vea más...