Por: Ana Bejarano Ricaurte - Crecí en una familia liberal; para ser exactos, del Partido Liberal. Mi abuelo paterno sufrió la persecución conservadora de los pájaros en el Valle del Cauca, en cabeza de León María Lozano, apodado el Cóndor por su dirigencia de ese escuadrón de la muerte. Mi abuela materna sacudió con agudeza y vigorosidad el trapo rojo en momentos cruciales de las gestas liberales en Bogotá en el siglo XX. Escuché a mi padre hablar sobre el radicalismo liberal y ejercerlo con vigor irrenunciable hasta el día de hoy.
Y cuando ya pude contrastar mi legado familiar contra mis propias creencias, también me sentí liberal. El partido más antiguo de Colombia, fundado en 1848, pregonaba mandatos de inclusión y justicia social, de avance del agro, de protección y respeto de las minorías discriminadas.
Esta semana se anunció el apoyo de ese partido a la causa del Pacto Histórico. Se celebró con una foto del jefe de la colectividad, César Gaviria, al lado del presidente electo, Gustavo Petro. Y aplaudió la polis petrista a su nuevo aliado, porque, según ellos, permitirá al nuevo gobierno tener una mejor relación con el Congreso; será posible pasar las reformas que tanto han prometido.
El problema es que no se trata realmente de una coalición ideológica sino de una promesa de contrato, el cual dependerá de la manera en que Petro embuta mermelada por las gargantas de los insaciables parlamentarios y su jefe.
Desde hace décadas ambos partidos tradicionales —tanto godos como liberales— han actuado como eje central de una cantidad de prácticas insanas que honda mella han causado a nuestra institucionalidad. Colectividades que ya no representan nada, no avocan ninguna causa diferente a la de recibir puestos a cambios de votos. El partido de los liberales, de los librepensadores, que ahora defiende causas antiderechos, contra las mujeres y las minorías sexuales. Cuántos escándalos de corrupción han protagonizado por tráfico de influencias, robo de dineros públicos, compra de votos, y ahí siguen.
Expertos en maromas, en las cuales se lucen cada vez que llega un nuevo presidente para justificar que no serán oposición, que acompañarán las iniciativas de ___________ (llene usted el espacio), y que además resulta absolutamente concordante con sus “principios”.
¡Bah! Nos creen bobos, tal vez porque lo hemos sido. Porque esta deformación de los partidos tradicionales causa rabia y a veces risa, pero tiene efectos devastadores sobre el resto de actores políticos y la democracia misma. Pierde el debate público que se empobrece y también la separación de poderes. El Parlamento ha dejado de ejercer el control político eficiente, al cual está avocado, porque allá los votos y acuerdos se compran con las migajas que se pasan por debajo de la mesa, no por medio de la discusión vigorosa de ideas.
En el caso del Partido Liberal, es triste el ocaso de César Gaviria. ¿Dónde quedó el presidente que impulsó la creación de una Carta Política modelo para el mundo? Desde hace años oficia un entierro indigno del partido, el cual ha cargado como una maleta para satisfacer sus propios intereses. Tal vez es el destino irresistible de cualquiera que transite por tantos años los pasillos de la política colombiana.
Recuerdo el momento preciso en que voté por primera vez. Mientras nos acercábamos al puesto, tímidamente le compartí a mi hermana que pensaba hacerlo por el Polo Democrático. Ella, siempre encargada de celebrar mi rebeldía, le anunció a mi papá que yo no era una liberal de verdad. Y nos invitó a debatir sobre por qué ya era imposible creer en esa consigna familiar. He escuchado historias similares de familias conservadoras. De jóvenes que no pueden cargar las banderas de sus mayores porque están manchadas y desteñidas. ->>Vea más...
FUENTE: Artículo de Opinión – Los Danieles