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viernes, 15 de febrero de 2013

(EE.UU.) San Valentín: La masacre de la mafia en 1929

Cuando el 14 de febrero de 1929 el mundo se ocupaba de enviar flores, regalos, repartir besos, intercambiar chocolates y expresar el amor en su más sublime expresión, la mafia italiana daba un golpe bajo, salpicando de sangre la peculiar fecha. En pleno auge del contrabando de alcohol , un mercado que se arrebataban con la muerte, los emisarios de Al Capone le ponen fin a la vida de siete mafiosos contrincantes.
Ni besos, ni flores, ni chocolates. Como cita Sol Amaya, una cronista argentina, la mañana del 14 de febrero de 1929 es recordada en Chicago por un episodio sangriento que cobró fama en medio de la Ley Seca y los enfrentamientos entre mafias, y no por el amor. El protagonista de esta historia es Alphonse Gabriel Capone, mejor conocido como Al Capone (EEUU, 1899) un mafioso de origen italiano que manejó el contrabando de alcohol y prostitución en la zona sur de Chicago durante los años 20.

Hoy su nombre trasciende como quien fuera uno de los hombres más peligrosos y temibles de la norteamerica de entonces, que a pesar de haber manejado una fortuna personal calculada en más de 100 millones de dólares producto de negocios turbios, pero que tapaba ante el gobierno norteño como resultado de su actividad como comerciante lícito, murió demente y sin el respeto de nadie.

El dinero fácil lo sedujo.

Pero de niño era uno de los simpáticos nueve hijos de los inmigrantes italianos Gabrielle —un barbero—, y Teresina —una costurera—, cuyas notas de escuela no le vaticinaban alcanzar notoriedad en algo.

Hasta quinto grado soportó los pupitres, y con débiles calificaciones se hastió de la escuela, contando ya 14 años. Caminando entre las inquietas y bulliciosas calles norteamericanas, las amistades subsecuentes le marcarían su posterior andar.

Primeramente fue Jhonny Torrio, un ganster que le vio “potencial” para los negocios turbios y lo inició en tres bandas juveniles. Luego Frankie Yale, otro mafioso extorsionador, que lo contrató cuando ya Capone se acuerpaba, para que le sirviera de guardaespaldas.

Y la mente vivaz del muchacho, cual esponja, se saturaba de las astucias de sus mentores para hacer dinero. Aprendía cómo extorsionar a los comerciantes, cómo hacer contactos para el contrabando de licor, cómo era el manejo de centros nocturnos con cabareteras, cómo era el rostro de la mafia, en resumen, cómo se hace lo malo sin ser castigado. Y sus padres se mantenían de espaldas a todo ese torbellino del cual Capone estaba seducido.

Mientras aprendía, intentó sobrepasarse con una joven, en un club nocturno, pero su hermano la defendió. El resultado: Capone recibiría un navajazo en el rostro que le dejó la famosa cicatriz de “Scarface” o cara cortada.

A los 20 años, tras un atentado a uno de sus mentores, Jhonny Torrio, éste le encomendó sus negocios turbios y puso en el muchacho el peso de la mafia entera. Así se le abrían las puertas para manejar los primeros negocios solos y dar cuentas efectivas a su superior.

“Olió la oportunidad de alcanzar el sueño americano a través de la mafia. Capone aprovechó la promulgación de la Ley Seca (prohibición de consumo de alcohol) en todo Estados Unidos, y vio la oportunidad de hacer dinero. No toda la población estaba a favor de esa ley. En los centros nocturnos era necesario el alcohol, en las esferas de poder también lo consumían. Era reflejo de estatus. De modo que, él estaba dispuesto a ofrecerlo porque conocía como se manejaban los centros nocturnos, las transacciones con prostitutas, y había aprendido a cómo ser buen negociante. Además tenía los contactos. Esa Ley Seca fue la que lo catapultó a ser uno de los hombres más ricos en ese país, y peligrosos”, explica el ensayo Los felices años 20.

Capone sabía que 1.500 agentes especiales no podían evitar que 120 millones de norteamericanos dejaran de ingerir licor, y promovió un negocio ilegal que dejó alrededor de dos billones de dólares en manos de cerveceros y traficantes. Su pase al éxito fue la Ley Seca promovida por líderes religiosos agrupados en un Movimiento para la Templanza, que predicaba la moderación en el alcohol desde 1850, y que vio frutos en 1920 cuando en el país aceptó la “Ley Volstead”, en honor a Andrew Volstead, el nuevo promotor de esa abstinencia, que dejó a Estados Unidos por 13 años —desde 1920 hasta 1933— con una prohibición en las ventas.

Capone con un curriculum repleto de “calle” y malas juntas, ya había acumulado suficiente experiencia para atreverse a tomar las riendas de la mafia con mano firme a los 26 años.

No en vano el Federal Bureau of Investigation (FBI), le atribuyó entre 135 a 500 asesinatos, según se registra en su página oficial.

El 14 de febrero de 1929, cuando el mundo estaba sumido en un romance efervescente por esas 24 horas llamadas el Día de San Valentín, Capone dio la orden de la jugada maestra que lo convertiría en las páginas de la historia como el sujeto que se atrevió a descabezar de un solo tajo a los integrantes de una de sus bandas enemigas: Los Morán.

Su hazaña dejó siete personas muertas, ninguno era inocente, y el múltiple asesinato —poco usual para los años 20—, escandalizó al mundo y hasta obtuvo nombre propio: La masacre de San Valentín, un “éxito mediático”. Pero para entender por qué Capone dio la orden de acabar con esas siete almas, cuyos cuerpos semejaban coladores de balas, hay que contar cómo ellos se volvieron sus enemigos.

“Scarface” se había vuelto líder de la banda sur del contrabando de alcohol y prostitución en Chicago. Los Morán controlaban el norte. Las peleas intestinas entre ambos dejaban saldos rojos con periodicidad, y la policía, vista gorda al respecto, los contaba como muertos por el hampa común.

Capone en su afán por acabar con sus enemigos para liderar el mercado negro, enfilaba artillería para liquidar a los adversarios de su negocio.

Por eso Bugs Morán era su nuevo objetivo. Él había “heredado” el negocio del contrabando en la zona norte.

“El irlandés Dean Charles O’ Bannion, quien tenía como señuelo del contrabando una tienda de flores, fue asesinado en su negocio cuando uno de los tres hombres enviados por Capone le estrechó la mano y los otros dos le vaciaron los cargadores de sus revólveres. O’Bannion cayó muerto en el acto. Y Bugs Morán era lugarteniente de O’Bannion, ahora su nuevo heredero de la banda de alemanes e irlandeses mafiosos”, cita el escrito El Gansterismo y la Ley Seca.

Para liquidar a su nuevo enemigo Capone se puso creativo. Desde la suite del Lexington Hotel de Chicago, lugar donde vivía repleto de lujos y atenciones como un hombre de “negocios”, se dio un baño y se perfumó, acicaló su cabello, vistió impecable, miró en el espejo su reflejo —el de un hombre con una estampa de poderoso e importante que descollaba ante el resto—, y luego contrató a Jack Mc Gurn, apodado “Machine Gun”, por 10 mil dólares para que matara a Morán. La tirria contra Morán se agudizó porque a Capone tampoco le gustó que le intentara asesinar a su mentor: Johnny Torrio. El sicario contratado sabía que había mercancía ilegal en el almacén de la SMC Cartage Company, asunto conocido por policías y vecinos.

La mercancía era de “Los Morán” y a las 10:30 de ese día 14 de febrero, el sicario —acompañado de otros tres sujetos vestidos de policías y un cuarto trajeado de “paisano”—, entraron al almacén de mala gana, simulando ser oficiales verdaderos.

Adentro había siete hombres, mal encarados, armados, quienes al ver a los policías que quizá los interrumpían porque no se les había cancelado la “vacuna” para hacerse la vista gorda ante el negocio ilegal, prefirieron seguirles la corriente. Ya sabían que el protocolo implicaba dispararles no con balas, sino con una ametralladora de dinero: ¡billetes grandes! Los que siempre venían a buscar haciendo la misma pantomima.

Y los siete hombres se dejaron desarmar por los presuntos policías, sin sospechar que era la gente de Capone disfrazada. Con suerte, el jefe de la banda de los Moran, Bugs Morán, se demoró cortándose el cabello y esa decisión le salvó la vida: llegó tarde.

Ya desarmados, los pusieron contra la pared del galpón, semejando una nueva requisa, pero los apuntaron con sus ametralladoras Thompson y les escupieron unas 70 balas calibre 45 en sus cuerpos: la peor masacre organizada porla mafia en Chicago.

La pared quedó salpicada de sangre. El piso dibujó un charco. Los rostros desgajados de los siete mafiosos recibieron luego remates.

Morán debió entonces huir de Chicago. Así Capone mostraba una capacidad para el mal nunca vista en el país y daba punto final a ese clan, que por meses le dio dolores de cabeza: con frecuencia lo intentaban asesinar y viceversa. Una guerra que mediáticamente se le apodó como la “Bootleg War” entre italianos e irlandeses (La batalla del contrabando), que cobró alrededor de 200 vidas según cifras de la policía norteamericana. Listo el encargo, los sicarios huyeron de la escena pero fueron vistos por vecinos quienes serían los que aportarían una descripción importante: Allí entraron hombres vestidos de policías de Chicago y luego huyeron. La policía tenía que invertir tiempo en tratar de lavar su imagen, a la par de lidiar con una investigación en donde sospechaban que Al Capone estaba detrás, pero que no podían culparlo sin pruebas. Encontraron en la escena del crimen 70 casquillos de ametralladoras Thompson, las emblemáticas norteamericanas creación de John Taliaferro Thompson en 1919 como arma especial para las fuerzas policiales.

Los investigadores demostraron que los disparos fueron asestados a una distancia no mayor a un metro. “El comandante Calvin Goddar era el especialista en balística más importante del país. Lo instalaron en un laboratorio de Chicago y fue el primero en probar que el cañón de cada arma deja huellas únicas. Él examinó las ametralladoras del departamento de policía, todas, y encontró que de ahí no salieron los disparos. Pero eso no probaba que los efectivos no habían tenido participación, sino que no fueron tan estúpidos como para usar sus propias armas”, cita un documental al respecto elaborado por National Geographic. Se encendió la presión de la prensa para que surgieran los primeros arrestos. Fue entonces cuando detuvieron a Charles Mc Gun, el pistolero de Al Capone, pero tenía una coartada amorosa con una chica y fue liberado. Por el caso no encarcelaron a nadie.

Capone se salió con la suya aunque no por mucho tiempo. El agente del Tesoro norteamericano Elliot Ness no pudo culparlo por las atrocidades que hacía, sino por evadir impuestos y pagó cárcel 11 años en Alcatraz. El temible comenzó a volverse demente producto de una sífilis mal curada que contrajo en su juventud. Ya libre, arruinado, divagante, moriría de neumonía a los 48 años, tomando un baño en una bañera de la única mansión que no perdió, en Florida .

Muerto, al menos 15 películas se rodaron contando su andar. 417 ladrillos de ese muro donde despedazó a sus enemigos fueron vendidos a mil dólares cada uno. Y creció la historia que los poseedores de ellos han tenido maldición.

FUENTE: http://panorama.com.ve

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