El aire que respiramos en exteriores, el de la calle, contiene 412 partículas por millón de CO2 de media. Si vemos esa cifra en un medidor, el aire no ha sido respirado por nadie.
La cabina de un automóvil es el escenario más claro por sus reducidas dimensiones: sirve de ejemplo a escala reducida de lo que sucede en estancias más amplias. Al entrar en un coche en el que haya otra persona con las ventanillas cerradas, la medición de CO₂ se dispara hasta niveles preocupantes, ya que un porcentaje de lo que se respira lo ha exhalado el otro pasajero. Pero con abrir las ventanillas apenas unos dedos, y generar ventilación cruzada, el aire de la cabina entra en permanente renovación. En una casa, un bar o un aula funciona básicamente igual.
La viróloga Margarita del Val también vigila la medición en los coches en su propio aparato de lectura de CO₂ porque “es un marcador indirecto que nos ayuda a ventilar correctamente”. Pero no es partidaria de promover su uso en el día a día de la gente normal, sí de que se regule y se difunda su uso como herramienta por las autoridades. “En muchos entornos estables, como en los colegios, no hace falta tener uno instalado, basta con unas mediciones y ya sabes lo que necesitas para mantener buena renovación del aire”, señala la científica, que está al frente de la plataforma del CSIC para la covid. “Y eso incluso limita la exposición al frío, porque a veces basta con abrir un poco las ventanas”, resume. ->>Vea más...